Homilía en el Santuario diocesano de Villa Concepción del Tío – Jueves 8 de diciembre de 2022 – Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María








“Madre, ayúdanos a ser comunidad que salga al encuentro de todos”.
Con este lema hemos vivido la novena patronal, preparando esta fiesta de la Virgencita.
Hemos salido de nuestras casas, de nuestras ocupaciones ordinarias, de nuestro ritmo de vida y, como cada año, nos hemos hecho peregrinos de la fe, en camino hacia este Santuario.
¡Cuántos jóvenes -chicos y chicas- de nuestros pueblos y ciudades han pasado hoy delante de la Virgencita! ¡Cuántas familias, hombres y mujeres de pueblo, profesionales y servidores públicos! ¡Cuántos peregrinos y devotos le hemos confiado nuestros deseos, penas e ilusiones!
Villa Concepción del Tío, cada 8 de diciembre, se vuelve a convertir en el centro vivo del departamento San Justo y de nuestra diócesis de San Francisco.
Me animo a decir que, este Santuario como el de María Auxiliadora en Colonia Vignaud, se convierten, al menos por un día, en el corazón palpitante de toda la acción pastoral de nuestra diócesis: de la pastoral juvenil a la familiar.
Llegados a este lugar, ante nuestra mirada, se ha vuelto a mostrar el rostro hermoso de María, sus inmensos ojos y sus manos dispuestas a acoger las nuestras en oración.
Y nuestra alma se ha dejado ganar por la emoción, la alegría y el estupor que es el asombro y la sorpresa que le impide a la persona hablar, porque algo grande, de repente, ha irrumpido en la vida.
¡Qué emocionante es sentirnos pueblo en camino que sale en busca de la caricia de Dios a través de María, la “llena de gracia”!
Pero ¡qué sorpresa es caer en la cuenta de que es nuestro Padre Dios el que, mucho antes que nosotros, se ha hecho peregrino y mendigo de nuestro corazón!
Ha salido a buscarnos, ha querido atraernos y hacerse nuestro Amigo.
Por eso ha enviado a su Hijo Jesucristo, nacido de María Virgen, concebido por obra del Espíritu Santo.
Por eso buscó primero a María para que, a través de ella, llegara siempre a nosotros su Palabra, su Imagen y su Hijo, nuestro Salvador.
Nosotros queremos salir al encuentro de todos porque hemos sido tocados por esa gracia inmensa que no podemos dejar de comunicar; aunque el estupor por esta gracia nos deje mudos, una y otra vez.
No porque seamos mejores que nadie. Tampoco porque estemos como “bola sin manija”, confundidos y perdidos en la vida, sin acertar ni dar en el blanco.
Es cierto: somos pobres, frágiles y vulnerables. Más aún: somos hombres y mujeres marcados por el peso del egoísmo y de nuestros pecados (los más veniales y los más gordos también).
Pero somos hombres y mujeres de fe. Somos la Iglesia: familia visible de Jesús. Creemos en Dios, en su Hijo Jesucristo y en la fuerza del Espíritu Santo.
Nos reunimos cada domingo para la Eucaristía, escuchamos la Palabra y, orando sin desanimarnos, intentamos vivir el Evangelio. Y con humildad acudimos al sacramento de la Reconciliación.
Sí: Dios nos ha amado primero… y, como grita san Pablo: “¿quién podrá entonces separarnos del amor de Cristo?” (Rom 8, 35).
Esa es nuestra mayor riqueza… y es lo que queremos compartir con todos nuestros compañeros de camino de la vida: con todos, con los pobres, los desalentados, los que se sienten lejos, los que buscan y no encuentran…
En medio de esta historia nuestra, de sus conflictos y tormentas, la fe en Jesucristo que profesa la Iglesia es faro y brújula, como un GPS infalible que nos orienta, nos da firmeza y nos colma de esperanza.
Es fe en Dios, en el poder de su sabiduría y de su providencia, en la potencia de su amor y su ternura, de su misericordia y de su compasión.
Cuando un papá toma en brazos a su hijito o hijita y le enseña el rostro de la Virgencita, le está transmitiendo lo más valioso, mucho más que si nadara en dólares: está sembrando en su corazón el gusto por la vida, la esperanza cierta que nace de la fe en Dios.
Cada año, esta peregrinación al Santuario de la Virgencita, reaviva el fuego sagrado de la fe en los corazones.
Queridos peregrinos y devotos: sí, dejémonos evangelizar por María, y, así transformados, salgamos a comunicar a todos la alegría del Evangelio.
Y, en esta hora triste de nuestra patria, lloremos y recemos por Argentina. Cuando parece que todos somos traccionados hacia el fango de la deshonestidad, la corrupción y la indignidad, nosotros volvamos la mirada a esa Argentina humilde, paciente y buena que, cada día, puja, contra viento y marea, por salir adelante.
Hoy y aquí, como en cada Santuario o humilde capilla, se postra ante la Purísima, dispuesta a seguir caminando y luchando.
Madre dulcísima de Concepción: ¡Sé nuestro amparo y protección!