«La Voz de San Justo», domingo 14 de agosto de 2022

“¿Piensan ustedes que he venido a traer la paz a la tierra? No, les digo que he venido a traer la división […]” (Lc 12, 51).
Del Mesías se espera la paz para el mundo. Ese es el gran don que trae consigo. Y es la paz de Dios; o, mejor: la Paz que es Dios mismo reinando en el mundo.
¿Por qué entonces el dicho tan provocador de Jesús? Por la misma razón. La paz que Jesús trae no es un simple equilibrio de fuerzas o la paz de los cementerios.
Es la paz de Dios que transforma los corazones y renueva todos los vínculos. No echa raíces pacíficamente, aunque suene contradictorio. Es la paz que ha de abrirse paso en un mundo injusto. Es una paz resistida, sutilmente o de manera frontal. Por eso, llega dramáticamente al mundo a través del “bautismo” que Jesús desea recibir: el fuego que ha encendido su pasión, como escuchamos este domingo (cf. Lc 12, 49-50).
La paz de Cristo arraiga primero en los corazones de personas concretas, que eligen ser artesanos de la paz en circunstancias también concretas. Incluso a precio de su propia vida.
Esa paz nunca estará plenamente realizada en esta historia. Será frágil porque siempre confiada a mi libertad: ¿estoy dispuesto a elegir la justicia, la solidaridad y la fraternidad, incluso por encima de mi propio interés y a costa de mi propia vida?
Esa Paz solo será plena y definitiva en la bienaventuranza del cielo, cuando el Padre reúna a todos sus hijos e hijas en su casa. En una palabra: una paz que es, a la vez, don y tarea.
“Señor, danos tu Paz y haznos instrumentos de tu Paz. Amén”.