Boleta Única de Papel

Una opinión. Solo eso: una opinión.

No he seguido el debate sobre la Boleta Única de Papel (BUP). He leído un par de opiniones, a favor y en contra. En general me inclino por dar el paso. Es un modo de votar que se usa en la mayoría de los países. No tengo una opinión formada como me gusta en estos temas.

Huelga decir que la política me interesa mucho. Comparto la opinión de que, desde hace tiempo, Argentina reclama una profunda reforma política, uno de cuyos capítulos es el mejoramiento de su sistema electoral en sus metodologías y en sus tiempos.

Solo que, hoy por hoy, debo confesar un molesto hastío por la política. Pienso a veces que estamos al final de un ciclo, que el zafarrancho de nuestros espacios políticos (mezcla de oportunismo, ineptitud y desconexión con la realidad) es síntoma de lo viejo que no termina de desaparecer… Pero, el hastío está ahí… y molesta.

Días pasados, intercambiando opiniones con unos amigos que compartimos el mismo interés por la política argentina, no pude dejar de manifestar este preocupante y molesto sentimiento, sobre todo, de cara al futuro. Les decía también que, como obispo, me dispongo a alentar en las comunidades y personas, la fortaleza y valentía que nacen de la esperanza evangélica. Los tiempos que se asoman, asoman arduos…

Leyendo en estos días de aislamiento algunos textos de doctrina social de la Iglesia, he vuelto a pensar el concepto de justicia social. Despejando el mal entendido de que esta consiste en el Estado que le saca a los ricos para darle a los pobres (algunos siguen pensando que si hay pobres es porque existen los ricos…), creo que tenemos que recuperar dos cosas: que la justicia social, como toda forma de justicia, es, ante todo, una virtud de las personas, que las dispone a ser justos y, por eso, a obrar justamente; y, por otra parte, y que la justicia social nos tiene a los ciudadanos, a nuestras familias y organizaciones, como sujetos activos en la construcción del orden justo posible y en la creación de las condiciones necesarias para el desarrollo de las personas. Es decir, que la justicia social nos hace sujetos responsables del bien común en la sociedad.

Votar con BUP puede ser mejor que con la lista sábana. Es posible. Incluso, puedo afirmar tímidamente que lo considero así. Lo cierto, sin embargo, es que sin mejorar la calidad del ciudadano que recibe la BUP y, lapicera en mano, va eligiendo sus candidatos, poco significará el paso de incorporarla a nuestro sistema electoral.

De eso se trata: de mejorarnos como ciudadanos que disciernen el voto, que no nos dejamos llevar sencillamente por la bronca de sacar a los que están y apostar (como en el casino) al albur de los que venga, pues tal vez son mejores; o de, como es en parte legítimo, votar en base a fobias o amores.

No digo que leamos las propuestas de los partidos (prácticamente nadie lo hace), sino que nos ocupemos un poco más de quienes pueden ser nuestros representantes, de cuáles son sus ideas reales y, sobre todo, las actitudes con que bajan al ruedo de la política.

Mi opinión personal: ante el panorama que se va dibujando de cara a las elecciones del 2023, pienso que, en las coaliciones que parecen distribuirse el 80% del electorado (pero vale también para los espacios más pequeños), tienen que prevalecer los que buscan con firmeza los consensos posibles.

No me gusta llamarlos “moderados”, porque esa palabra -que, en sí misma, es legítima- nos suena a chirle. El consenso es una opción que supone una fortaleza espiritual, ética y política que -nuevamente- reclama esa actitud que denominamos con una gran tradición filosófica: virtud.

Hombres y mujeres virtuosos. En el pueblo, primero; en la política, como consecuencia. Estas cosas crecen desde abajo.

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