
Los datos están ahí, son duros y tristes. La “radiografía de la pobreza en Argentina” nos es conocida. Se ha vuelto casi una penosa costumbre el observar la figura que nos revela. En poco más de 5600 barrios “populares” se concentra el núcleo duro de la pobreza.
Allí habitan miles de familias argentinas que, día tras día, salen a trabajar, a soñar con un futuro mejor, a “ponerle el hombro” a la vida. Hay trabajo en nuestro país, como enfatizó Agustín Salvia en su presentación: precario y desprotegido, pero lo hay. Y, donde hay trabajo, hay hombres y mujeres concretos que se empeñan en vivirlo con dignidad.
Los datos duros se humanizan cuando los leemos con esa perspectiva.
El Observatorio de la Deuda Social de la UCA, a las vísperas de la Colecta anual de Caritas 2022, volvió a sacudir nuestra conciencia con este Informe.
¿Qué nos ha pasado? ¿Cómo hemos llegado a este punto? ¿Por qué no encontramos la vuelta para poner en marcha la rueda virtuosa del desarrollo y el crecimiento?
Los datos duros están ahí. Pienso que, hoy por hoy, nadie los pone en duda. Lo que sí ocurre es que son leídos con ojos y miradas diversos, tanto como las sensibilidades ideológicas, políticas y hasta religiosas que conviven en nuestro polifacético país.
Y no podemos ocultar que, esas diversas miradas, en buena medida, también son contrapuestas, incluso irreconciliables. Pero ¿hasta dónde esto es cierto? ¿O es solamente un obstáculo para encontrar un camino que revierta la decadencia? ¿Solo una visión unánime y sin fisuras nos sacará del pozo?
Mientras más enajenados de la realidad concreta podemos estar muchos dirigentes, con mayor ahínco en la sociedad argentina deben crecer los debates públicos sobre estas cuestiones. En estas cosas, la verdad vuela bajo y puja desde allí hasta abrirse camino.
En definitiva, nunca como en estos últimos cien años, buena parte de la humanidad ha dado en la tecla con factores genuinos de desarrollo, uniendo ciencia, desarrollo tecnológico, libertad de mercado, democratización real de las sociedades, políticas públicas inteligentes, protección y promoción del trabajo, valoración de la propiedad e iniciativas privadas, el estado al servicio de la sociedad, etc.
¿Este proceso es perfecto y carece de límites? ¿Muestra desarrollos preocupantes y peligrosos? Estúpido sería desconocerlo. Ahí está, por solo mencionar un factor, la necesidad de una gobernanza internacional efectiva que pueda poner límite a la especulación financiera a la que países de economías reales medianas o reducidas apenas pueden resistir.
Al finalizar la Segunda Guerra Mundial, el mundo dio una serie de pasos en la buena dirección que, como suele ocurrir, hoy parecen lejanos a la mayoría de las nuevas generaciones. Sin embargo, su enseñanza está ahí para que podamos aprender.
La enseñanza social de la Iglesia no tiene un programa de desarrollo que proponer. Solo -este es su gran aporte y también su límite- una visión sapiencial del ser humano, imagen de Dios y persona en comunión, de la que se desprende una poderosa luz que puede guiar el discernimiento y la conducta, especialmente de los laicos, en esta materia tan delicada como contingente y abierta a diversas posibilidades de desarrollo.
Huelga además señalar la amplísima libertad que un laico tiene para pensar creativamente, incluso desde distintas sensibilidades éticas y políticas, propuestas e iniciativas de cambio.
Yo solo apunto aquí a un factor que, a mi juicio, no hemos sabido tener suficientemente en cuenta en el mundo católico argentino, especialmente en la enseñanza magisterial de sus pastores: la necesidad (y hasta urgencia) de apuntar un sólido sistema institucional democrático, basado en la persona humana y la correspondencia entre sus derechos y sus deberes, la primacía de la ley (de la Constitución, en primer lugar), el estado de derecho, la división de poderes, la aceptación de la pluralidad política como parte del núcleo ético de la democracia y una mejor formación ciudadana de nuestro pueblo.
Sin democracia no hay desarrollo ni superación de la pobreza.
La radiografía está. Hay que leerla. Necesitamos muchos ojos para acertar con el diagnóstico y el tratamiento. Tengo mucha ilusión de que las nuevas generaciones sabrán hacerlo con mayor libertad y sabiduría que las anteriores. Tenemos que darnos espacio y tiempo. Necesitamos caminar la paciencia, como dice sabiamente el Papa Francisco.
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