Viernes Santo 2022

Homilía en la Celebración de la Pasión del Señor – catedral de San Francisco – 15 de abril de 2022

El Señor inclina la cabeza y entrega el espíritu.

Dejémonos alcanzar por su Aliento divino.

Recibamos el Espíritu de Jesús crucificado, como María, las santas mujeres y el discípulo amado al pie de la cruz.

El Espíritu que exhala Jesús nos trae el perdón, la reconciliación y la paz desde el corazón de la santa Trinidad.

Es para nosotros, para nuestro corazón y para nuestro mundo.

María está ahí, al pie de la cruz, para sostener con su Amén virginal nuestro frágil Amén de hombres y mujeres heridos, pecadores y siempre inclinados al pecado.

Dejemos que el Espíritu se derrame sobre nosotros.

Dejemos que María sostenga con su presencia materna nuestra apertura a la gracia del Espíritu Santo.

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Siempre ha habido guerras en el mundo. Y las habrá hasta el final de la historia.

Lo que pasa hoy es que los poderes del mundo nos dicen qué guerras importan y cuáles deben ser relegadas al olvido. Cuáles son noticias, y cuáles no.

Esto es así, según sean los intereses ideológicos, políticos y, en buena medida, económicos de los que se sienten señores del mundo.

Según esta lógica mundana (y perversa) hay víctimas que merecen reconocimiento y otras que no vale la pena tener en cuenta.

Es lo que pasa hoy, como antaño y -lo decimos con realismo, no con resignación- lo que seguirá ocurriendo.

***

Pero ahora, nosotros, aquí en este templo, como los cristianos de todo el mundo, por el Espíritu del Padre y del Hijo, la Palabra proclamada y la fe que caldea nuestros corazones, estamos en ese espacio de gracia y libertad que el mismo Dios amor ha abierto en el mundo y que tuvo su epicentro en el Calvario.

Con María, las santas mujeres y el discípulo amado estamos al pie de la cruz.

Aquí no hay víctimas de primera y de segunda, sufrimiento que se exhibe y otro que se olvida.

Aquí, el Crucificado está haciendo suyo todo el dolor del mundo, los pecados de cada corazón, la injusticia que atraviesa la historia.

Y está quebrando desde dentro el peso abrumador del mal. Y lo está haciendo con la única potencia capaz de expiar los pecados, de redimir al mundo y de abrir las puertas de la vida: el amor hecho entrega y donación, solidaridad profunda con todos los heridos de la historia, misericordia y compasión con la fragilidad de cada ser humano, especialmente de los más pobres y descartados.

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Por eso, en breve, nos postraremos ante la cruz.

Es un gesto de adoración.

Un gesto de amor: amor con amor se paga…

Es también un gesto penitencial que se ha de transformar en compromiso solidario por la fraternidad, allí donde el Señor nos ha puesto, en el tiempo que nos ha regalado, de cara a las personas con las que ha entrelazado nuestra vida.

Incluso más: es un gesto audaz que nace de esa frágil humanidad que, transformada por la humildad y mansedumbre de Cristo, es lo que Dios más busca para hacerse presente “como Dios” en medio del mundo.

Porque solo el amor humilde hace justicia al Dios revelado en el rostro bello de Cristo crucificado.

Que María nos lleve al pie de la cruz y nos enseñe a pronunciar nuestro “Amén”, con los labios y con nuestra vida.

Así sea.