
Homilía en la catedral de San Francisco – Viernes 25 de marzo de 2022 – Consagración de la humanidad, especialmente de Rusia y Ucrania, al Inmaculado Corazón de María.
Como rezamos en el Ángelus, nosotros, los cristianos, somos aquellos “que hemos conocido, por el anuncio del ángel, el misterio de la encarnación del Hijo de Dios”.
Cómo la humano y lo divino se unen en la única persona del Verbo de Dios, sin mezclarse ni disolverse, sin separarse ni dividirse, es un misterio que nunca lograremos comprender. Es un misterio en sentido estricto.
Lo que sí comprendemos -y con la mejor comprensión: la que tiene como origen el “corazón”- es el motivo último de este “Dios con nosotros”: el increíble amor de Dios por su pueblo, por cada ser humano, por los pobres y los pecadores; el amor de un Dios que es amigo, compañero de camino, cercano e íntimo; pero es también el amor loco que busca sanar lo enfermo, restaurar lo deformado y destruido…
Y es “loco” porque ese deseo de redención lo ha llevado a un extremo del despojo, de la humillación; del hacerse uno de nosotros, pero como esclavo, siervo y, en el colmo del estupor, como un condenado a la muerte ignominiosa de la cruz.
Ese “amor loco” es que tiene la potencialidad divina de arrancar al hombre del poder del pecado, cuyo rostro más horroroso es la violencia irracional del odio que lleva a negarle humanidad al otro, a buscarlo, a humillarlo, a torturarlo y matarlo.
La violencia política que acompaña toda la historia de nuestro país -como, por otra parte, de toda la humanidad- alcanzó su momento más intenso y oscuro en el terrorismo de estado de la pasada dictadura. Ayer lo hemos recordado, una vez más.
Los discípulos de Jesús, el Verbo encarnado, nos mantenemos firmes y tozudos en afirmar, contra toda forma de pesimismo y derrotismo, que, en la encarnación del Hijo de Dios en el seno de María se encuentra toda la potencia de Dios hecha gracia ofrecida a la fragilidad humana para sembrar la paz, restaurar la dignidad humana, apostar por el diálogo y la fraternidad de todos los hombres y mujeres.
Miremos, una vez más, la respuesta de María de Nazaret al misterio que le ha sido apenas por el ángel: “Yo soy la servidora del Señor, que se cumpla en mí lo que has dicho” (Lc 1, 38).
María se ha abierto a la acción suave, discreta pero firme del Espíritu Santo. Para ello, se ha dejado interpelar por la Palabra que llegaba de Dios. Se ha involucrado así en la historia de la salvación con inteligencia y perspicacia, a conciencia y poniendo en juego toda su libertad personal.
Obrando así ha abierto la puerta a la gracia de Dios que viene a redimir al mundo. Su “Hágase en mí” es un eco del “Aquí estoy para hacer tu voluntad”, que el Verbo pronuncia a la misión del Padre.
De esa forma, la misericordia y el perdón de Dios han entrado en la historia humana, llegando a la raíz de toda forma de pecado, de violencia y de odio. Solo el perdón divino tiene potencia para secar definitivamente las fuentes del odio. Es el perdón que, como gracia salvadora, se adelanta y crea en el corazón del pecador ese mundo nuevo que es el arrepentimiento y dolor por el pecado cometido.
Nosotros, esta tarde y aquí, en esta iglesia catedral de San Francisco, en comunión con todos los obispos e iglesias del mundo, hacemos nuestra la oración que el Santo Padre Francisco ha pronunciado hoy consagrando la humanidad, especialmente a los pueblos hermanos de Rusia y Ucrania, al inmaculado corazón de María.
Con humildad -con profunda humildad- queremos también nosotros abrir nuestros corazones a la acción salvadora de la gracia del Espíritu Santo, sentirnos perdonados y redimidos y, de esa manera, dejar libre curso al perdón de Dios que cura toda violencia y pacifica los corazones.
Sí. Como María, también nosotros, pobres pecadores, hombres y mujeres frágiles y hasta insignificantes, podemos abrir el mundo a la Paz de Cristo, al Perdón de Dios, al Consuelo del Espíritu Santo.
¡Cuánto lo necesita el mundo, nuestra Argentina, las familias y pueblos en conflicto! ¡Cuánto lo anhelan los hombres y mujeres que sufren bajo el fuego irracional e insensato de la guerra!
“Dios ha cambiado la historia tocando a la puerta del Corazón de María”, ha dicho hoy el Santo Padre renovando la consagración del mundo a María. “Y también nosotros, renovados por el perdón, tocamos a la puerta de este Corazón […] No se trata de una fórmula mágica -ha añadido-. No, no es esto. Se trata más bien de un acto espiritual. Es el gesto de plena entrega confiada de los hijos que, en la tribulación de esta guerra cruel e insensata que amenaza al mundo, recurren a la Madre. Como los niños, cuando tienen miedo, van a la madre a llorar, a buscar protección. Recurrimos a la Madre, depositando en su Corazón miedo y dolores, entregándonos nosotros mismos a ella. Es volver a poner en este Corazón limpio, incontaminado, donde Dios se refleja, los bienes preciosos de la fraternidad y de la paz, todo cuanto tenemos y somos, para que sea ella, la Madre que el Señor nos ha regalado, la que nos proteja y custodie”.
A María le confiamos, una vez más, la causa sagrada de la Vida, siempre actual y siempre bajo amenaza.
Pero ella nos infunde coraje y confianza. Nos contagia su Esperanza. Nos vuelve a entregar a Cristo, el Hijo de sus entrañas.
Amén.
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