Ciegos

«La Voz de San Justo», domingo 27 de febrero de 2022

“Les hizo también esta comparación: «¿Puede un ciego guiar a otro ciego? ¿No caerán los dos en un pozo?» […]” (Lc 6, 39).

Un discípulo puede enceguecerse a sí mismo cuando se olvida de que es precisamente eso: un discípulo, alguien en situación de aprender, de abrirse a la luz del Evangelio. De esa ceguera tenemos que precavernos.

Jesús mismo, que es Maestro, vive en esa actitud: busca cada día el Rostro de su Padre. Ese es el oxígeno de su vida. Ese es el secreto de su oración. Y de esa rica experiencia saca las tres parábolas que siguen a su pregunta retórica.

Antes de juzgar severamente a los demás (ver la “paja en el ojo ajeno”), el discípulo se ha de mirar a sí mismo. Estar atentos a los frutos concretos que damos en la vida, porque “no hay árbol bueno que dé frutos malos, ni árbol malo que dé frutos buenos […]” (Lc 6, 43). Pero, sobre todo, edificar la propia vida sobre roca firme, la que se encuentra en la escucha y asimilación cotidiana de su Palabra (cf. Lc 6, 46-49).

Hay demasiada ceguera en el mundo, en las comunidades cristianas, en muchos de nosotros, como para que no atendamos a la enseñanza de Jesús. La Cuaresma que comienza este miércoles se nos ofrece como un camino de iluminación para revisarnos y crecer.

Aquí me detengo, y dejo abierto el espacio interior del corazón a la plegaria:

“Señor Jesús: sé nuestro guía y maestro. Limpiá también nuestros ojos y nuestra mirada, para que no nos enceguezca el error, ni nos engañe el mal con apariencia de bien.  No te cansés de hablarnos, una y otra vez, al corazón, de empaparlo de la gracia purificadora de tu Espíritu. Amén.”