Cristianismo inaudito e imposible

En medio del mundo

«La Voz de San Justo», domingo 20 de febrero de 2022

«Pero yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian. […] Hagan por lo demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes. […] Sean misericordiosos, como el Padre de ustedes es misericordioso.» (Lc 6, 27.31.36).

Los discípulos de Jesús están en medio de una multitud ansiosa y expectante, formada por judíos y paganos. 

Fijando la mirada en ellos, Jesús les dirige su palabra. Los invita a vivir, cómo él, las bienaventuranzas. Los precave también de asumir un estilo de vida falaz (¡Ay de los satisfechos!).

Propuesta de vida desafiante y radical.

¿Las consecuencias? Este domingo las comprendemos mejor. Aunque también aumenta el vértigo de asumir una vida según el Evangelio de Jesús. 

Amor a los enemigos. Al odio, a la violencia y a la mezquindad, el discípulo  del Evangelio responde redoblando la gratuidad, el perdón y la benevolencia. Esta es la regla de oro: «Hagan por los demás lo que quieren que los hombres hagan por ustedes» (Lc 6, 31).

Pero, ¿por qué? Para Jesús, todo se resume en esta razón de fondo: el Padre es misericordioso y compasivo. Esa es su bienaventuranza. El desafío es inmenso. Imposible. Vivir ese mismo estilo de vida.

Imposible como empresa voluntarista. Es gracia que se recibe cuando se acepta la amistad y comunión con Jesús. Él nos comunica su Espíritu para vivir al «estilo de Dios». Inaudito. Esa es, sin embargo, la pretensión del cristianismo. Ha sido, lo es ahora, y lo será hasta el final.

Los discípulos de Jesús y nuestras comunidades cristianas estamos en medio del mundo. No fuera, ni al margen. Mucho menos, por encima. En medio de todos, intentando vivir al estilo de Jesús. También desde ese lugar elevamos nuestra plegaria:

«Señor Jesús: Si no lo viera realizado en tantos hombres y mujeres, discípulos tuyos, lo juzgaría una locura. Pero, esa «locura» está ahí: en el amor y perdón de los mártires, en la compasión y gratuidad de tus santos, en la paz y serenidad de sus corazones. El mal es ruidoso y puede parecer apabullante; pero, la bondad, por silenciosa y humilde que sea, no se puede ocultar. Viene de tu corazón y desborda en los corazones de tantos hombres y mujeres buenos. Y es lo que realmente sostiene al mundo. Gracias, Jesús. Sencillamente, ¡gracias! Amén.»