Jesús, los pobres y los ricos

«La Voz de San Justo», domingo 13 de febrero de 2022

“Entonces Jesús, fijando la mirada en sus discípulos, dijo: «¡Felices ustedes, los pobres, porque el Reino de Dios les pertenece! ¡Felices ustedes, los que ahora tienen hambre, porque serán saciados! ¡Felices ustedes, los que ahora lloran, porque reirán! […] Pero ¡ay de ustedes los ricos, porque ya tienen su consuelo!” (Lc 6, 20-21. 24).

Dios no quiere la pobreza ni el sufrimiento. Jesús, su Hijo, ha venido a proponernos el sueño de Dios para la humanidad. Él lo llama: el reino de Dios. Y no es una esperanza solo para el cielo. Dios quiere que su reinado comience a sentirse aquí y ahora.

Cuando Jesús dice: “bienaventurados los pobres… ay de los ricos y satisfechos” no está otorgando piadosas consolaciones ni repartiendo condenaciones automáticas.

El evangelio de este domingo es muy concreto. Jesús se dirige a sus discípulos, es decir, a aquellos que han aceptado su propuesta de vida. Y les dirige cuatro “bienaventuranzas” y cuatro “ayes”.

Felices aquellos que, por seguirlo a él, lo han dejado todo, poniendo en el centro a Dios y a los hermanos. Los que tienen hambre de un mundo nuevo. Los que lloran porque todavía reina la injusticia, en un mundo que se cierra al reino de Dios. Son felices por la libertad que reina en sus corazones. Bienaventurados como lo es Jesús, el Padre y el Espíritu.

Los cuatro “ayes” son los gritos de un padre que ve a sus hijos empeñarse en una vida engañosa que, al final, terminará en el fracaso más rotundo. Porque eso ocurre cuando se vive para sí mismo. Ese estilo de vida metaliza el corazón, nos vuelve insensibles y despiadados. Aquí no hay libertad ni alegría, sino la tristeza de ser esclavos de sí mismos.

Jesús y su Evangelio nos desafían a acertar con las decisiones fundamentales, especialmente aquellas que le imprimen un rumbo preciso a nuestra vida: qué tipo de personas queremos ser, sobre qué valores asentar nuestra vida, qué huella dejar.

La propuesta de Jesús es vivir como hijos e hijas de Dios y como hermanos, especialmente de los más pobres y heridos. Una propuesta más desafiante cuando mayor es la injusticia, la desigualdad y el descarte de personas. Es la realidad de nuestra Argentina hoy. Aquí tenemos que vivir el Evangelio de Jesús.

No es “pobrismo” que romantiza la pobreza. Es la opción del Evangelio que ofrece la fuerza del amor de Cristo para luchar contra toda forma de deshumanización.

“Señor Jesús: pasaste toda la noche en la montaña, expuesto a la mirada de tu Padre. Y, con esa fuerza divina, bajaste al llano, donde estamos nosotros, tus discípulos. Volvé a gritarnos las bienaventuranzas. Volvé a invitarnos a ser benditos como vos. Pero también volvé a sacudirnos con ese “¡ay!” de dolor que has escuchado en el corazón de tu Padre por el desatino en nuestras vidas. Tu Palabra nos hiere e incomoda… No dejés de hacerla resonar en nuestra vida. Amén.”