«La Voz de San Justo», domingo 23 de enero de 2022
“Jesús cerró el Libro, lo devolvió al ayudante y se sentó. Todos en la sinagoga tenían los ojos fijos en él. Entonces comenzó a decirles: «Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír».” (Lc 4, 20-21).
Con el relato de Jesús en la sinagoga de su pueblo, Nazaret, comenzamos la lectura semicontinua del Evangelio según san Lucas en la liturgia de los domingos.
Jesús ya ha iniciado su misión, predicando en las sinagogas de varios pueblos. Ahora es el turno de “su” pueblo y “sus” paisanos. Después de una reacción inicial de admiración, todo termina en desastre: los vecinos lo quieren matar, pues Jesús no responde a sus expectativas. “Ningún profeta es bien recibido en su tierra”, comenta Jesús (Lc 4, 24).
“Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”, comenta escuetamente Jesús. Detengámonos en el adverbio de tiempo: “hoy”. Es clave. No solo porque lo dice Jesús refiriéndose al cumplimiento de la profecía de Isaías que acaba de leer. En realidad, cada vez que nos acercamos a las Escrituras con una fe viva, buscando no tanto saber sino, fundamentalmente, oír la voz del Señor, ese “hoy” expresa también lo que acontece en esa lectura de las Escrituras: el texto se vuelve revelación.
Este tercer domingo del tiempo ordinario es el “Domingo de la Palabra de Dios”. Por eso, es bueno recordar cómo hay que leer las Escrituras. Mejor, cómo hay que disponerse para escuchar la voz de Dios en la lectura atenta, creyente y orante de la Biblia.
Se puede y se debe estudiar la Biblia con los métodos modernos. Son tan imprescindibles como insuficientes. De lo que se trata es de tomar a las Escrituras una Palabra personal de Dios dirigida a nosotros, aquí y ahora. Entonces tiene que entrar en juego el propio corazón transfigurado por la fe.
Es lo que busca la lectio divina o “lectura de Dios”, tan arraigada en la experiencia de Israel (de eso nos habla la primera lectura). Leer con atención el texto bíblico, animado por una fe inquieta y ansiosa de escuchar la voz del corazón de Dios que me busca, que me tiende la mano, me dirige su palabra y quiere hacer alianza conmigo.
De ahí que el creyente invoca al Espíritu al abrir el texto sagrado y para que este le abra su sentido más hondo.
Al disponernos a leer las Escrituras, podemos rezar así: “Señor Jesús: sopla tu Espíritu sobre nosotros. Toca nuestros oídos para que escuchemos tu Voz en la lectura de las santas Escrituras. Libera nuestros labios para que podamos dirigir nuestra plegaria de hijos al Padre: una plegaria de bendición, de alabanza, de consuelo y de súplica. Que podamos experimentar, cada día, que tus palabras son espíritu y son vida. Amén.”