Jesús, unas bodas y un poco de vino

«La Voz de San Justo», domingo 16 de enero de 2022

“Tres días después se celebraron unas bodas en Caná de Galilea, y la madre de Jesús estaba allí. Jesús también fue invitado con sus discípulos. Y como faltaba vino, la madre de Jesús le dijo: «No tienen vino». […]” (Jn 2, 1-3).

La Biblia se abre y se cierra con una historia de amor: un hombre y una mujer, novios y esposos. En el Antiguo Testamento es el símbolo más fuerte para hablar de Dios, sus intenciones y su modo de acercarse a su pueblo y a toda la humanidad.

Dios es novio, amante, esposo. Ahí está el Cantar de los Cantares, brevísimo libro que forma parte de las Escrituras que celebra el amor humano que cautiva el corazón de los jóvenes que se aman. Incluso en sus expresiones más audaces y románticas.

A diferencia de algunas corrientes actuales, para el humanismo que abreva en la Biblia, el matrimonio no es una institución opresiva sino el camino para humanizar el amor, la sexualidad y la relación entre las personas. Por eso, es el mejor símbolo para hablar de Dios y su amor hacia el mundo.

Este domingo, escuchamos el relato de las Bodas de Caná. Es el primero de los siete “signos” que irán pasando ante nuestros ojos para que descubramos quién es realmente Jesús, cuál es su misión y qué tiene que ver con nosotros. En este relato convergen varios símbolos bíblicos: las bodas, los novios, el agua en las tinajas de piedra y, finalmente, el vino. Sin olvidarnos del apelativo “mujer” con que Jesús interpela a su madre.

Jesús es el trae la verdadera alegría al mundo, superior a cualquier otra que pueda encontrarse en la vida. Es el mejor vino, el más delicado y fino. El de superior calidad. Ese vino generoso es el que ofrece el Evangelio que el lector ha comenzado a leer. O, en nuestro caso, el que iremos saboreando domingo tras domingo, especialmente cuando lleguemos al culmen de la fiesta: la pascua en la que el Esposo se entrega y derrama su sangre para dar vida al mundo. Estas bodas en Caná son un signo de esa alianza de amor.

En cada Eucaristía la comunidad cristiana llena la copa de vino que debería pasar de mano en mano para saborear la vida nueva que Jesús nos ha alcanzado. Cada Eucaristía dominical es verdaderamente una fiesta de bodas.

Esa es también la vocación de cada mesa familiar que evoca, aún con los límites de todo lo humano, ese amor de alianza que Jesús ha traído al mundo.

A este Jesús, novio y esposo, podemos rezarle así: “Jesús, hacéle caso a tu madre, adelantá tu hora y danos, una vez más, a beber del mejor vino, el que alegra el corazón con ese gozo que nadie puede darnos ni quitarnos: el de sabernos amados, salvados y redimidos por el Dios de la vida, que hace fiesta, que transforma la sequedad de piedra de nuestros corazones y nos hace servidores de la alegría de nuestros hermanos. Amén.”