Catedral de San Francisco, viernes 14 de enero de 2022

Nuevamente nos reunimos como Iglesia diocesana para despedir a un querido hermano, el padre Carlos Mora, que ha compartido ya la muerte del Señor, en espera de compartir también su resurrección.
Todavía nos duele la partida del padre Jorge Trucco y, otra vez, somos llamados a celebrar la Pascua de Carlos.
Con el riesgo de parecer irreverente, les confieso que, al confirmar su fallecimiento, inmediatamente pensé en ese reencuentro de hermanos que -así lo esperamos- se ha dado en el cielo entre nuestro querido Carlos y el padre Salvador («García», como Carlos lo llamaba, con una mezcla de cariño y veneración). Imaginé también algún diálogo sabroso entre ambos.
Salvador y Carlos se incardinaron a nuestra Iglesia diocesana, se incorporaron de verdad a nuestro Presbiterio y sirvieron con generosidad a nuestras comunidades. Nunca, sin embargo, dejaron de ser «orionitas». Sus almas y corazones respiraron siempre el oxígeno vital de Don Orione.
Y, por eso, en nombre de esta diócesis y de sus curas, doy gracias a Dios por ese don precioso.
Los textos bíblicos que acabamos de escuchar pertenecen a los sugeridos para una Misa de difuntos que evoca la potencia de los sacramentos, sobre todo de la santa Eucaristía, como signos eficaces de la Vida que Cristo, el Señor, ha traído al mundo.
Vida eterna, banquete sobreabundante, pan vivo y sangre vivificante.
Escuchemos nuevamente al Señor: «Yo soy el Pan vivo, bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo.» (Jn 6, 51).
Hemos compartido incontables veces ese mismo Pan de Vida con Carlos. Fue el Viático que recibió de manos del obispo Samuel Jofré elpasado sábado. El Pan eucarístico alimentó en Carlos esa decisión tan sacerdotal y tan orionita de ser padre y buen samaritano de los jóvenes heridos por las adicciones. Fue su elección deliberada culminar así su vida cristiana y sacerdotal.
Solo Dios sabe cuánto fruto de fe, de conversión y de humanidad produjo esa siembra. Nosotros lo contemplamos y, como María, lo repasamos en nuestro corazón.
Queridos hermanos y hermanas, queridos curas: despidamos a Carlos con un sincero ¡Hasta pronto!. Quedémonos también rumiando en nuestro interior el mensaje de Evangelio que su partida, como la de Jorge, nos deja.
Por mi parte, apunto dos cosas que dan vueltas en mi corazón: realmente caminar juntos, en cercanía y fraternidad; pero también, una fuerte conversión diocesana y sacerdotal para vivir la opción por los pobres, heridos y descartados.
Querido Carlos: gracias por tu paso entre nosotros, por tu ministerio y tu testimonio de caridad a la medida del buen Pastor que es también el buen Samaritano. Contamos con tu oración por nosotros, por las vocaciones, por nuestra fidelidad al Evangelio. Contá con las nuestras en la comunión de los santos. ¡Hasta vernos en la Bienaventuranza de la comunión con la Santa Trinidad en el cielo! Amén.
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