Homilía en el Santuario de la Virgencita en Villa Concepción del Tío





“Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el nombre del Señor.” (Sof 3, 12)
Estamos caminando el Adviento, a la espera del Señor que viene.
En nuestra Iglesia diocesana, el Señor ha adelantado su presencia visitándonos con la pascua del querido padre Jorge Trucco, quien también sirviera como pastor en estas comunidades.
Una plegaria por él. También por el discernimiento de los pasos a dar para proveer de pastores a las comunidades de nuestra diócesis que el padre Jorge iba a servir.
Hoy nos reunimos a dar gracias por los treinta años de ordenación sacerdotal del querido padre Aldo Tobares. Y lo hacemos bajo la mirada tierna de nuestra madre, la “Virgencita”, todavía consolados y entusiasmados por su reciente fiesta.
Una vez más nos hemos hecho peregrinos de su Santuario. Aquí venimos como pueblo, tal como lo describe el profeta: un pueblo pobre, humilde, despojado de pretensiones, sin soberbia, a refugiarnos en el Señor, pues sabemos por experiencia que él no nos defrauda.
La vocación al sacerdocio ministerial es siempre la respuesta de nuestro Dios Pastor a los deseos más profundos de su pueblo, a sus oraciones y súplicas.
Como nos dice el libro del Éxodo: “Dios escuchó los gemidos (del pueblo esclavo en Egipto) y se acordó de su alianza con Abraham, Isaac y Jacob. Entonces dirigió su mirada hacia los israelitas y los tuvo en cuenta.” (Ex 2, 24-25). Entonces, llamó y envió a Moisés.
En los evangelios, la vocación al ministerio apostólico tiene el mismo movimiento interior: Jesús busca, “con amor de hermano”, a Simón y Andrés, a Santiago y a Juan, a Pablo, a Mateo, incluso a Judas, para que lo acompañen en el anuncio del Reino de Dios.
Un sacerdote es, ante todo, un hombre tocado por el Espíritu de Jesús para anunciar su Evangelio. Es un hombre de la Palabra. Ella es su hogar, su consuelo, su bastón, su luz y su mejor defensa.
Y llama pronunciando nuestro nombre, porque quiere involucrarnos personalmente en esa pasión de salvación y de vida por su pueblo, de manera particular, por quienes son más frágiles, los heridos de la vida, los que quedan en el camino.
El Concilio Vaticano II, precisamente hablando del ministerio de los presbíteros, señaló que la Eucaristía es la culminación del anuncio del Evangelio.
Palabra, Eucaristía, sacramentos y ministerio pastoral son mediaciones que el Señor ha dispuesto para apacentar, alimentar y sostener el caminar de su pueblo.
No somos sacerdotes para nosotros mismos, sino para el santo pueblo fiel de Dios, como gusta decir el papa Francisco.
Ungidos con el santo Crisma en la ordenación somos enviados para alentar la vida del Espíritu en el pueblo sacerdotal, ungido por el Espíritu en el bautismo y la confirmación.
El padre Aldo, además, ha reconocido en su vida el don precioso del carisma de Don Bosco. Por eso, ha servido tantos años como religioso de la querida institución salesiana. Ahora que se apresta a incardinarse en nuestra diócesis, el carisma salesiano que lleva impreso en su alma no solo no desaparece, sino que se reconfigura con el carisma propio del ministerio del presbítero diocesano: servir a esta porción del pueblo de Dios que es la diócesis de San Francisco.
Don Bosco vivió intensamente la llamada al ministerio sacerdotal como misión en medio de los pobres.
El Evangelio que hemos escuchado es elocuente. Nos ayuda a abrir el corazón, a no dejarnos ganar por prejuicios ni rigideces.
Nos dice algo sorprendente que, sin embargo, es la experiencia pastoral casi cotidiana de la Iglesia y de los sacerdotes: los pecadores suelen tener una disposición especial, muy honda y sensible, a la llamada de la gracia, al perdón y la reconciliación que Jesús ha traído.
Los seguros y pagados de sí mismos, por el contrario, a pesar de su exhibición de piedad y de religiosidad, tienen el corazón endurecido y los ojos enceguecidos para reconocer el paso de Dios.
Los pobres, los pecadores, los que han sido duramente tratados por la vida, suelen tener el corazón a punto para dejar al Dios de la misericordia obrar en sus vidas.
Un sacerdote, sobre todo, cuando, como Aldo, ha caminado treinta o más años en el ministerio, sabe, por experiencia, que el gran trabajo pastoral de su ministerio es secundar esta obra del Espíritu que transfigura los corazones para abrirlos a la fe, a la adoración del Dios vivo, a la caridad y el servicio a los hermanos.
Querido padre Aldo: como pastor de esta diócesis estoy muy agradecido por tu presencia, tu servicio y dedicación a la pastoral, sobre todo, a la de este Santuario al que has sabido renovar y dar nuevo impulso.
El camino sacerdotal sigue adelante. Que el Señor Jesús, su madre Santísima, auxilio de los cristianos, San Juan Bosco y el Santo Cura Brochero sigan inspirando y acompañando tu caminar junto a tus hermanos presbíteros, aquí en San Francisco, en comunión con el obispo y las comunidades de esta Iglesia diocesana a la que has elegido servir.
¡Qué el Señor te bendiga, proteja y te muestro su Rostro de misericordia!
Amén.
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