Esteban, con «E» mayúscula. Como Esperanza.

De lejos, lo mejor de este tiempo tumultuoso que vivimos como sociedad.

Escuchar, ver y sentir el discurso de Esteban Bullrich renunciando a la senaduría ha sido para mí, como para muchísimos, una corriente de aire puro. Oxígeno para el ánimo que parece languidecer.

Las palabras fueron certeras. Un discurso para volver a escuchar y rumiar. Incluso para estudiar como pieza de humanismo político. Pero, sobre todo, para justipreciar a la persona que sustenta las palabras luminosas que, más que de sus labios, salían de su vida de hombre, de creyente cristiano católico y de político.

Muestran esa grandeza que tanto extrañamos en nuestra vida social. Mucho más grande e inmensa ante tanta pequeñez, mezquindad y cortedad de plazos y de miras que parecen ser el tono dominante de la política argentina.

Aunque no solo buena parte del mundo político argentino (del oficialismo a la oposición) queda en vergüenzas ante semejante testimonio. Tampoco los otros dirigentes e “influencers” escapamos del chicotazo. También los eclesiásticos, nuestras palabras y nuestros silencios.

La política, en sí misma, es vocación de grandeza, de desmesura, de utopía: desgastarse, más que por sí mismo, por el bien y el interés común. Y, en eso, hallar la propia recompensa, incluso en el poder, deseado, buscado y conquistado con denuedo. La satisfacción interior de haber sumado.

La vocación política se hace parte, porque, necesariamente busca ese espacio de participación y lucha es es el partido político. Pero, sortenado el peligro de que la parte se convierta en facción, siempre mira al bien de todos. Esa dinámica está en el núcleo ético de la democracia que gira entorno del reconocimiento de la pluralidad de opciones políticas y su legitimidad.

De ahí la apelación al diálogo, al respeto de la diferencia, a no creerse el todo, a buscar consensos y espacios comunes.

La fraternidad reclama la política. Y no cualquier política, sino la mejor, como bien la describe el papa Francisco en Fratelli tutti.

Gracias, Esteban, por la humanidad y grandeza de tus palabras, de tu modo de pararte frente a la vida y la adversidad, por tu “amén” humilde y valiente a la vez al camino de Dios.

Creo que no te podés imaginar el bien enorme que tu renuncia está produciendo. Has abierto un espacio generoso por el que corre lo mejor del alma de nuestro pueblo.

Gracias.