Murmuración y atracción

«La Voz de San Justo», domingo 8 de agosto de 2021

“Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.»” (Jn 6, 43-44). 

En la memoria de Israel que custodia la Biblia, ha quedado grabada la persistente rebeldía del pueblo a las intervenciones de Dios. Una de las más elocuentes nos la cuenta el libro del Éxodo. Es la que evoca el evangelio de este domingo: en el desierto, después de la increíble hazaña de sacarlos de Egipto, el pueblo, ante la adversidad del camino, se pone a murmurar contra Dios y contra su enviado, Moisés. Nunca nada resulta suficiente. 

Ahora, en el relato del evangelio, la murmuración se concentra en Jesús, al que se lo quiere poner contra las cuerdas.

Pero, como siempre ocurre: lo que dicen las Escrituras no solo se refiere a la murmuración de aquellos que escuchaban su declaración: “Yo soy el pan bajado del cielo” (Jn 6, 41). Somos nosotros -sus discípulos aquí y ahora-; es también nuestra propia desconfianza y ese no terminar de aceptarlo realmente en nuestra vida. 

Ese es el desafío-invitación del evangelio de este domingo. 

Pero Jesús nos invita a la confianza: es el Padre el que nos instruye y nos acerca a Jesús. Oímos su voz en las Escrituras que, leídas con fe y con ansias de encontrar la verdad, nos hablan, a cada paso, de Jesús, el Hijo. 

Se trata solo de dejarse atraer por esa potente y suave fuerza que es el Soplo del Padre que nos lleva hacia Jesús. Solo eso…

Una vez más, María nos anima a sumergirnos en la lectura orante de las Escrituras para reconocer al Padre en el Hijo y al Hijo que viene del Padre en el Espíritu Santo. 

Nunca mejor que ahora, de cara a nuestra rebeldía y murmuración, que entregarnos a la plegaria humilde.

Puede ser así. “Padre de misericordia, también nosotros, una y otra vez, sentimos el aguijón de la desconfianza en nuestro corazón. También nosotros, como otrora tu pueblo en el desierto o los oyentes de Jesús en Cafarnaúm, murmuramos nuestras dudas. Por eso, te suplicamos: abre nuestros oídos para escuchar y recibir la suavidad de tu Palabra que vence toda desconfianza. Amén.”