Una propuesta






San Francisco, 13 de julio de 2021
A mis hermanos de la diócesis de San Francisco
Querida hermana, querido hermano:
Te escribo desde la fe cristiana. Por eso, desde el corazón. Deseo hacerte llegar una propuesta. Le pido al Espíritu Santo que guíe mis pensamientos y me ayude con las palabras justas para llegar también a tu corazón de discípulo de Jesús.
Se cumplen cuarenta años de la entronización de la imagen de la Virgen del Rosario de Fátima, patrona de la diócesis, en la Catedral. Fue el 13 de octubre de 1981. Esta bella imagen fue traída desde el santuario de Fátima en Portugal por el obispo de entonces, monseñor Agustín Adolfo Herrera. Ese día, el obispo consagró la Iglesia diocesana de San Francisco a María. Años después, fue coronada por monseñor Carlos Tissera.
El próximo miércoles 13 de octubre celebraremos, Dios mediante, la santa Eucaristía en la catedral para conmemorar este hecho. Será en el marco de estos sesenta años de vida diocesana, caminados, como dice nuestro lema, “con espíritu mariano”.
En esta oportunidad, como obispo diocesano, voy a renovar la consagración de la diócesis de San Francisco a la Virgen del Rosario de Fátima.
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Esto es lo que deseo proponerte: ¿Te animás a acompañar la oración del Obispo con tu propia entrega personal a María?
Muchos de nosotros, desde muy chicos, hemos aprendido a confiarnos a María. Algunos, seguramente, hemos hecho alguna forma solemne de consagración mariana. Yo, por ejemplo, rezo cada día la oración “Bendita sea tu pureza […]” que me enseñara mi madre.
Para mí -no tengo miedo de decirlo- fue una gracia muy grande descubrir que María es una persona viva, con quien se puede hablar, confiarse, a quien se puede escuchar, de quien se puede aprender. Parece algo demasiado obvio, sin embargo, para mi vida personal de fe, este descubrimiento fue una iluminación que me llenó el corazón de alegría y de entusiasmo.
Es que, según el plan de Dios, María tiene una misión: Madre del Hijo de Dios hecho hombre, ha sido confiada como Madre a la Iglesia y, en ella, a cada bautizado, discípulo misionero de su Hijo.
En la historia espiritual del cristianismo, sobre todo por los santos, los cristianos hemos aprendido a reconocer ese lugar de María en nuestra vida a través de múltiples formas de devoción mariana. Entre ellas se destaca la “consagración a María”. En estos últimos tiempos fue san Juan Pablo II el que difundió esta “entrega confiada” a la Madre de Dios.
María, por obra del Espíritu Santo, dio a luz a Jesús. Ella nos ayuda a vivir según el Espíritu de Cristo. Entregarse confiadamente a ella no es otra cosa que reavivar la vida del Espíritu que recibimos en el Bautismo, se fortalece en la Confirmación y se alimenta en la Eucaristía. Así progresa nuestra configuración con Cristo. Eso sí: “como María”, es decir: tratando de vivir cada momento con ella, como ella y con su ayuda.
Estas no son simples ideas en el aire: es experiencia viva, es vivencia cotidiana de los discípulos de Jesús. La devoción a María está en el alma de nuestro pueblo. El Año Mariano Diocesano que celebramos en 2018 nos permitió vivirlo con alegría y gratitud.
Por ahora, hasta aquí llego. En otras cartas intentaré explicar qué es la entrega confiada a María, cómo prepararnos a ella, cómo hacerla en concreto.
Te pido solo dos cosas: primero, que te pongás a pensar en serio en esta propuesta que te hago. Más que pensar, yo diría a rezar. Podés meditar el texto de San Juan que abre esta carta. Te ofrezco algunos puntos de meditación: ¿Qué significa, para mí, este testamento del Señor: “aquí tienes a tu madre”? ¿Cómo recibir a María en mi propia casa, es decir, en mi propia vida?
Lo segundo que te pido es que difundás esta carta y el video que la acompaña: fotocopiala, mandala por email, usá las redes. Creo que si te interesa te podés ingeniar. A ver cómo nos va.
Hasta la próxima.
“Virgencita de Fátima: cuidá en nosotros la alegría del Evangelio. Amén”

obispo de San Francisco
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