
Homilía en la catedral de san Francisco, fiesta litúrgica de san José Gabriel Brochero – 16 de marzo de 2021
Contemplemos el alma misionera del Santo Cura Brochero, su pasión por el Evangelio, su deseo ardiente de que Cristo sea conocido, amado y servido.
Anoche, celebrando las vísperas de su fiesta en Arroyito, meditaba sobre la garra que puso Brochero en ganar para Cristo a Santos Guayama y compañeros. No logró traerlo a Ejercicios. Lloró su muerte violenta, pero creo que, en el fondo, supo que el deseo de Guayama de empezar a caminar la conversión lo llevó hasta Cristo.
Me pregunto ahora: ¿cómo nace el fervor misionero en el corazón de un discípulo? ¿Qué hay que hacer para ello?
Tenemos a mano el testimonio de san Pablo. Releámoslo con esa inquietud en el corazón.
Comencemos por esta afirmación fuerte del Apóstol: “Si anuncio el Evangelio, no lo hago para gloriarme: al contrario, es para mí una necesidad imperiosa. ¡Ay de mí si no predicara el Evangelio! Si yo realizara esta tarea por iniciativa propia, merecería ser recompensado, pero si lo hago por necesidad, quiere decir que se me ha confiado una misión.” (1 Co 9, 16-17).
Podemos decir muchas cosas del “Señor Brochero”, menos que es alguien carente de iniciativa. ¿Por qué dice entonces que no predica el Evangelio “por iniciativa propia”? Es algo muy hondo: en él se ha verificado ese paso de expropiación por el que un discípulo ya no vive de su propia voluntad sino desde la voluntad de otro: desde Cristo.
Brochero: expropiado de sí mismo por Cristo. Seguramente es un camino que comienza muy pronto en él, seguramente de niño. Tiene un momento fuerte e intenso en los años del seminario. Pero, decididamente, se acelera cuando el joven cura comienza a caminar el ministerio sacerdotal, que es lo que realmente forma el alma de un pastor.
La segunda afirmación de Pablo que ilumina la vida de Brochero es esta: “Y me hice débil con los débiles, para ganar a los débiles. Me hice todo para todos, para ganar por lo menos a algunos, a cualquier precio. Y todo esto, por amor a la Buena Noticia, a fin de poder participar de sus bienes.” (1Co 9, 22-23).
Así expropiado por Cristo, el padre José Gabriel no puede sino poner en el centro de su vida a los demás, especialmente a los más alejados, a los más débiles.
De ahí su táctica pastoral de ir siempre hasta los más alejados. Es más que táctica. Es la caridad del buen Pastor que toma desde dentro toda la vida del santo cura.
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Dejándonos inspirar por la santidad de Brochero, hoy relanzamos en la diócesis la Obra de las Vocaciones Eclesiásticas.
Gracias a todos los que ya han respondido a esta invitación y se han venido sumando. Oremos también por los que vendrán y se sumarán.
Nuestro cometido es rezar por la santificación del obispo, de los presbíteros, de los futuros diáconos (ya estamos orando por ellos) y de nuestros seminaristas.
¿Qué significa rezar por la santificación de nuestros pastores y ministros? Que, como Brochero, nos configuremos con Jesús Servidor y Buen Pastor hasta el punto de vivir esa doble expropiación de la que hemos hablado: hacia Cristo y hacia los pobres.
Vivimos tiempos desafiantes. No sabemos bien cómo quedarán nuestras comunidades cristianas al salir de esta pandemia. Vamos notando ya muchos signos de vitalidad evangélica. Por eso, tenemos que disponer el corazón por la oración intensa, la escucha de la Palabra y una renovada fraternidad eclesial, que nos permita redescubrirnos como Iglesia familia.
Dando gracias por estos sesenta años de vida diocesana, queremos ser una Iglesia más brocheriana, es decir, más -si me permiten la expresión- secuestrada por Cristo, su Evangelio y su pasión de amor.
Que la Purísima nos lleve de la mano como hizo con su hijo, José Gabriel.
Amén .
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