Un chico está creciendo en Nazaret

«La Voz de San Justo», domingo 27 de diciembre de 2020

“Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.” (Lc 2, 39-40).

Ningún cronista serio de la época hubiera prestado atención a lo que pasaba con esta familia atípica de la Palestina del siglo I. De hecho, así ocurrió: nadie, salvo algunos tan insignificantes como ellos. Los ojos del poder estaban posados en otros personajes, realmente más importantes y deslumbrantes. La agenda era otra.

Solo el paso del tiempo ha ayudado a calibrar lo que significa el crecimiento de este chico judío, las dimensiones de esa sabiduría que lo colma y el alcance real de ese favor (“gracia”) de Dios que estaba con él.

Vale para esta ocasión lo que decimos de tanto en tanto: “las apariencias engañan”.

Es bueno tomar nota de ello, porque solemos vivir de apariencias. Corremos el riesgo de fundar sobre ellas nuestras decisiones. Al respecto, este niño dirá más tarde: una casa edificada sobre arena no resiste los embates de la vida, se derrumba y su ruina llega a ser muy grande (cf. Mt 7, 26-27).

Este domingo, con este texto evangélico, la liturgia católica evoca a la sagrada Familia de Jesús, María y José. El clima de Navidad nos lleva derechito a ese hogar de Nazaret.

Uno de los grandes aprendizajes que parece que estamos haciendo en esta pandemia es el valor de esos vínculos que son realmente esenciales. Sin pretensión metafísica, hemos calificado de “esenciales” a aquellas cosas que hacen que la vida se abra paso en medio de límites y restricciones. Y una de ellas -y no entre las últimas- es la familia, el hogar, nuestra casa.

Un niño nace pobre en Belén. Apenas nacido, sus padres tienen que huir con él, pues el poder amenaza su existencia. Pasado el peligro, su familia se instala en Nazaret y, allí, crece como uno más. Al parecer, la insignificante historia de un chico más de todos los que vienen al mundo.

Realmente la apariencia engaña: ese Niño es el Emanuel, el Dios humanizado que rescatará a los hombres de la muerte. Es esperanza, vida y salvación. Es, sin más, lo real.

Este domingo, celebrando a la Sagrada Familia, los católicos argentinos vamos a confiarle a Jesús, María y José la “causa de la vida”. En medio de una pandemia que ha roto tantas cosas, hemos visto avanzar la incomprensible e insensata iniciativa del presidente Fernández de hacer aprobar la legalización del aborto. De su lado, todo el poder de la corrección política.

A propósito, es bueno preguntarse: ¿cuánto de apariencia hay en todo esto? ¿Por dónde camina la Argentina real y por dónde la que se deja seducir por la apariencia? ¿Por dónde crece lo realmente decisivo del futuro de Argentina?

Yo no lo dudo, por eso, digo: “Que no sea ley”.