Fiesta de la Sagrada Familia 2020

Homilía en la catedral de San Francisco – Domingo 27 de diciembre de 2020

Es muy probable que el próximo martes 29 de diciembre, el Senado de la Nación termine aprobando la legalización del aborto en Argentina. Es decir, que se consagre como derecho lo que hasta ahora se considera un crimen: la eliminación deliberada del niño por nacer en el vientre de su madre.

Tanto si esto ocurre como si acontece lo de 2018 será por un estrecho margen. Sin embargo, los datos que nos vienen de la realidad no dejan lugar a dudas: la inmensa mayoría de los argentinos no aprueba el aborto. Esa proporción se eleva si se consideran las actuales circunstancias de pandemia y cuarentena.

Una minoría intensa, altamente ideologizada y muy activa, con llegada capilar a los factores de poder cultural, económico y político está detrás de esta fuerte campaña a favor del aborto.

El aborto es una bandera: el santo y seña de la libertad de decidir sobre sí mismas que el feminismo más radicalizado reclama para las mujeres.

No es solo la legítima lucha por la igualdad en dignidad y derechos civiles. Tampoco la más que legítima causa contra la violencia que sufren las mujeres. Menos aún la preocupación por la pobreza creciente en Argentina y las consecuencias que esto tiene para la salud, especialmente para los más vulnerables, particularmente para los embarazos de riesgo.

En todo esto, ya en el debate de 2018, la difícil pero también lograda escucha recíproca logró amplios consensos.

El tema sigue en la agenda porque, nos guste o no, lo reconozcamos o no, dos visiones sobre el sentido de la vida se enfrentan en una contienda de ideas, convicciones y valores que no se puede resolver con artefactos políticos de corto alcance.

Allí donde el aborto ya es ley, la causa provida no solo no se ha desvanecido, sino que, con el correr de los años, ha ido creciendo en consistencia y en número de adherentes. Todas las legislaciones proaborto están hoy siendo cuestionadas con insistencia y perseverancia. Y, en no pocos lugares, con eficacia concreta.

En lugares como Argentina en los que todavía la legislación protege al niño por nacer, la acometida de las corrientes proaborto es también perseverante e incisiva.

En síntesis, ni su aprobación ni su rechazo serán la última palabra sobre este tema que, a nadie se le oculta, es de los más importantes que pueden convocar a una sociedad: es la respuesta de fondo a la pregunta por qué tipo de sociedad estamos edificando, en torno a qué verdades y valores dirigen la arquitectura de esa construcción y qué futuro queremos para las nuevas generaciones.

Que la prioridad sea siempre salvar las “dos vidas”, porque jamás, en ninguna circunstancia, se puede eliminar deliberadamente a un niño por nacer para conseguir algún fin, por legítimo que este sea, es un principio de civilización. Sin más.

Es el límite infranqueable para toda decisión libre de las personas. Más aún: la libertad humana solo es genuina si se apega a la verdad, tal como la realidad de las cosas la expresa, no como la perciben los deseos subjetivos.

Es verdad, como nos recordaba hace poco el Papa Francisco, que el aborto es una cuestión de ética humana. Pero no es menos cierto que, en este como en otros temas humanos decisivos, la pregunta por Dios resulta inevitable y también decisiva.

Esto es así, porque la afirmación o negación de Dios condiciona desde dentro el modo cómo nos comprendemos a nosotros mismos, cómo nos paramos en la vida y cómo afrontamos nuestras decisiones libres.

Por eso, no es un dato menor que sean las religiones, especialmente las que abrevan en el Evangelio, las que, hoy por hoy, encolumnen a los vigorosos grupos provida que crecen en cada rincón de Argentina.

No lo ocultemos, pero tampoco nos lo ocultemos a nosotros mismos.

Solo el humanismo cristiano es capaz de fundar sólidamente el sentido último de la dignidad de la vida de cada ser humano que viene a este mundo.

***

Miremos el evangelio de hoy. Concentremos la mirada en ese dato sustancioso que nos da Lucas cuando culmina el entrañable relato de la presentación de Jesús en el templo y que, en su obra, es como el pivote para el relato siguiente: nuevamente en el Templo, el ahora adolescente Jesús, en diálogo sostenido con los doctores de la Ley.

Volvamos a escucharlo: “Después de cumplir todo lo que ordenaba la Ley del Señor, volvieron a su ciudad de Nazaret, en Galilea. El niño iba creciendo y se fortalecía, lleno de sabiduría, y la gracia de Dios estaba con él.” (Lc 2, 39-40).

Dos breves anotaciones. La primera: ningún cronista serio de la época hubiera prestado atención a lo que pasaba con esta familia atípica de la Palestina del siglo I. Los ojos del poder estaban posados en otros personajes, realmente más importantes y deslumbrantes.

Solo el paso del tiempo ha ayudado a calibrar lo que significa el crecimiento de este chico judío, las dimensiones de esa sabiduría que lo colma y el alcance real de ese favor (“gracia”) de Dios que estaba con él. Vale para esta ocasión lo que decimos de tanto en tanto: “las apariencias engañan”.

Por eso, no dejemos de preguntarnos: ¿cuánto de apariencia hay en todo este debate sobre el aborto? ¿Por dónde camina la Argentina real y por dónde la que se deja seducir por la apariencia? ¿Por dónde crece lo realmente decisivo del futuro de Argentina? No nos extrañe que nuestros dirigentes políticos no acierten en responder. El problema es que el pueblo, que los ciudadanos, no lo hagamos.

La segunda: contemplemos a Jesús que crece. Lo que realmente lo fortalece, es la sabiduría, es decir, esa apertura del corazón que permite saborear lo que Dios sueña, piensa y hace en el mundo.

Jesús, como hombre, irá, poco a poco, aprendiendo a reconocer el designio de Dios. Un día, con el ímpetu del Espíritu, lo proclamará a todos, especialmente a los pobres, los pecadores. Y crece, porque “la gracia de Dios estaba con él”.

Queridos hermanos y hermanas: por aquí pasa lo fundamental para nosotros. Aquí, la apariencia desaparece para dar lugar a lo real, a lo más consistente y a lo que más garantía de futuro tiene: nuestras energías espirituales, morales y creativas tienen que estar concentradas en procurar crecimiento, vida y libertad para todos, especialmente para las nuevas generaciones.

Este es el núcleo que, desde dentro, sostiene a todas las personas y grupos verdaderamente provida.

A Jesús, María y José confiémosles, una y otra vez, la causa de la vida en Argentina. Para que el aborto no sea ley, y para que, en lo más profundo de los corazones, se afiance el valor de la vida que Jesucristo ha traído al mundo con su encarnación, nacimiento y, de forma particular, con su pascua.

Amén.