Como Francisco de Asís, testigos de la alegría

«La Voz de San Justo», domingo 4 de octubre de 2020

Con este lema, las parroquias de la ciudad de San Francisco viven la novena y fiesta patronal. Este año, en el contexto de las restricciones de la actual emergencia sanitaria.

La apelación a la alegría no es casual. Este tiempo se caracteriza por el desconcierto. Con distinta intensidad, muchos de nosotros experimentamos miedo, incertidumbre y desasosiego. La sombra de la tristeza parece asomarse, incluso bajo la forma del nerviosismo o la euforia.

Acercarse a Francisco de Asís es asomarse a un abismo. Preguntarse por las fuentes de su alegría es echar un vistazo a lo más decisivo de su experiencia espiritual. Por eso, precisamente, su figura sigue atrayendo. Y lo hace desde el núcleo de su humanidad transfigurada por Jesús.

Digámoslo sin vueltas: para Francisco, la alegría tiene un rostro y un nombre. Por eso, deberíamos escribirla con mayúsculas. Es Cristo. La Alegría de Francisco es Jesús de Nazaret. El mismo que, al final de su camino espiritual imprimirá las huellas de su amor en su cuerpo, aquella fiesta de la Exaltación de la cruz de 1224, en la cumbre del monte Alvernia.

En los Escritos del santo hay un relato que permite asomarnos a ese misterio humano y divino a la vez. Se titula: “La verdadera alegría”. Es como una parábola, compuesta por Francisco después de su regreso de Oriente. Está en medio de la crisis de la orden por él fundada. Ha comenzado a madurar la decisión de dejar el gobierno de la orden, porque esta se le está yendo de las manos, y no comprende qué quiere Dios de él.

Por eso, emprenderá la subida al Alvernia. Un viaje, sobre todo, interior, como lo refleja el relato. Para Francisco, la alegría verdadera no está en el crecimiento espectacular de la familia franciscana, tampoco en su éxito misionero, menos aún en que él haya sido dotado de la gracia de curar enfermos y hacer milagros.

El relato culmina con un hecho ficticio: en una noche de frío, Francisco es rechazado por sus propios hermanos, que le niegan refugio y calor. “Te digo que, si hubiere tenido paciencia y no me hubiere alterado, en esto está la verdadera alegría y la verdadera virtud y la salvación del alma”, le indica a un sorprendido hermano León.  

En el rechazo que está viviendo, especialmente por parte de quienes le son más cercanos, Francisco encuentra la puerta abierta para la gracia más grande que él haya podido recibir: hacerse una sola cosa con Cristo y, en esa experiencia, encontrarse y poseerse plenamente a sí mismo.

El cristianismo no es más atractivo cuando se mimetiza con el espíritu del tiempo, sino cuando se vuelve más paradójicamente provocativo: “El que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.” (Mt 16, 25).

Eso lo saben -y lo cuentan- los santos.