Asunción de Nuestra Señora

15 de agosto de 2020

“Y apareció en el cielo un gran signo: una Mujer revestida del sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas en su cabeza. Estaba embarazada y gritaba de dolor porque iba a dar a luz” (Ap 12, 1-2). 

Sí. María es ese gran signo que Dios le ofrece a la humanidad. Es signo de esperanza. No cualquier esperanza, sino la más grande y decisiva: la que nos habla de que, a pesar incluso de todos los fracasos que podamos vivir, nuestro deseo de humanidad, de plenitud y de vida no se verá frustrado. 

Es Dios el que se ha comprometido con ese anhelo profundo. Él lo ha puesto en el corazón humano. Él lo sostiene y lo plenifica. Él es además el único que puede cumplirlo plenamente.

Miramos a María, glorificada en cuerpo y alma, y reconocemos en ella el cumplimiento de todas las promesas. Ella es la primera en participar de la Pascua de Jesucristo, su Hijo y nuestro Salvador. 

Por eso, donde reina María reina también la esperanza, la fuerza para vivir y luchar por la vida. 

María es signo de la nueva humanidad que surge de la victoria pascual de Cristo sobre la muerte y el pecado. 

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Con toda la humanidad vivimos un tiempo de prueba. La pandemia por la difusión del coronavirus nos ha hecho experimentar de una forma nueva cuán frágiles somos. Sabemos de miedo y de angustia, de incertidumbre y de soledad. 

No sabemos si nos vamos a contagiar, si ese contagio minará nuestra salud o, incluso, si no nos acercará al umbral siempre temido de la muerte. 

Miremos, una vez más, a Nuestra Señora, como lo hemos hecho tantas veces aquí, en este Santuario popular del Villa del Tránsito. Como lo han hecho nuestros padres, abuelos y tantas generaciones de peregrinos y devotos. Mirémosla con amor y con ansia, y que ella nos contagie la esperanza de la vida plena que su Hijo, muerto y resucitado, ha derramado sobre ella. 

Cristo le ha confiado a su Madre santísima la misión de sostener el caminar de su pueblo, de consolarlo y animarlo en los tiempos de tribulación como los que estamos viviendo. 

Ánimo entonces, y sigamos peregrinando, asidos a su manto. Sentimos tristeza por no poder recorrer, como cada año, las calles de nuestro pueblo. Comprendemos el sentido de este enorme esfuerzo que venimos haciendo de cuidarnos y cuidar la vida de todos. Es ahora ella, María del Tránsito, la que viene a nuestro encuentro para recorrer los caminos interiores de nuestras familias, de nuestros corazones y también -¿por qué no?- de nuestros miedos y ansiedades. 

Dejémosla entrar. 

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María es singo de la nueva humanidad. A ella podemos dirigir la mirada para orientar nuestro camino futuro. 

En la medida que esta situación de aislamiento por la pandemia vaya pasando, tendremos que hacernos cargo de una inmensa empresa de reconstrucción. Muchas cosas se han quebrado en este tiempo, muchas ilusiones han caído, muchos corazones prueban el desaliento y la tristeza. 

María es signo de esperanza. 

No nos dice qué decisiones tendremos que tomar, qué proyectos llevar adelante o qué programas de reconstrucción emprender. 

Como en las Bodas de Caná, ella nos orienta hacia Cristo, pues solo Él puede transformar nuestras durezas y sequedades, colmando las tinajas de nuestras vidas con el vino nuevo de la alegría que viene del corazón de Dios. 

María nos dice, una vez más: “¡Hagan todo lo que Él les diga!” (Jn 2, 5). Con la mirada fija en María, podríamos incluso glosar ese dulce mandato: Hagamos todo lo que Jesús nos diga, como María, su madre y discípula, hizo a lo largo de su vida. 

El presente y el futuro es hora de María. Estos son tiempos marianos. 

Como María, seamos hombres y mujeres de oración, que buscan, cada día, escuchar la Palabra de Dios que ilumina la vida. Como ella, hagámonos hombres y mujeres que, en lo profundo de su conciencia, repasamos lo que vivimos porque queremos ser protagonistas activos del plan de Dios. 

Como María, seamos dóciles a la vocación-misión que el Señor nos revela. Como ella, también nosotros digámosle: “Hágase en mí según tu Palabra”.

Como María, convirtámonos también nosotros en servidores de nuestros hermanos y hermanas, especialmente si los reconocemos en situación de riesgo, de peligro. Que María nos ayude a salir de nosotros mismos, de romper con el cerco de nuestro aislamiento egoísta, y nos haga sentir como propias las necesidades de los más pobres, vulnerables y sufrientes.

Como María, sintámonos cerca de todos, ricos en humanidad, en compasión, en ternura y justicia. 

Como María, seamos también nosotros servidores de la alegría de nuestros hermanos.

Como María, renovemos nuestro compromiso de cuidar la casa común que el Creador nos ha confiado para que hagamos de ella un jardín para todos.

Que así sea.