Corpus Christi 2020

Homilía en la catedral de San Francisco – Domingo 14 de junio de 2020

Una pregunta para todos: los que estamos aquí, en este templo; pero también para quienes nos siguen por las redes:

¿Ansiamos realmente volver a compartir la Sagrada Liturgia? ¿Queremos de verdad volver a la Misa? ¿O es mejor así?

Más simple, menos molesto, menos incómodo, más al alcance de la mano, más higiénico, ¿por qué no? …

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Volvamos a escuchar al Señor, como hicieron aquellos hombres y mujeres que lo buscaban, no porque hubieran visto signos, sino porque les había dado algo concreto: pan para comer.

Jesús les decía: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”. (Jn 6, 51).

Dejando, tal vez, libre curso a las propias dudas, el evangelista anota presuroso: “Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?».” (Jn 6, 52).

Sí. ¿Cómo es posible que se nos proponga semejante desmesura? Porque de eso se trata: una desafiante desmesura: un hombre llamado Jesús dice de sí mismo que es imprescindible para vivir.

Todos nos damos cuenta que las palabras “pan” y “comer” son una metáfora, una imagen que apunta a esta realidad: si no dejamos a Jesucristo entrar en nuestra vida, asimilándolo como el pan que alimenta, no podremos vivir con vida verdadera. Además, con una potencia vital que es capaz de atravesar ese umbral intimidante que es la muerte.

Es inaudito. Insoportable. En fin, una desmesura…

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Y, sin embargo, estamos aquí, atraídos por Él, por su palabra, por sus gestos, por su Espíritu.

Hemos escuchado esas palabras inauditas. Es justo que, también, evoquemos estas otras: “Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día.” (Jn 6, 44).

Sí, lo confesamos sin temor ni vergüenza: Señor, nos sentimos atraídos por Vos. Reconocemos estar ante tu Presencia porque una fuerza interior, el Espíritu que viene de las profundidades del Padre, nos lleva, una y otra vez, a ese abismo de luz, de alegría y de esperanza que es tu Persona.

Vos nos da vida, Jesús. Sos nuestra Vida. Nos lo has mostrado como solo Vos podés hacerlo. Nos has vencido y convencido: “El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.” (Jn 6, 56-57).

Como dirá Simón Pedro al final, también nosotros te decimos, vencidos por tu amor, tu dulzura y tu hermosura de Cordero inmolado: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios” (Jn 6, 58-59).

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La misma fuerza que nos atrae a Jesús y a su Eucaristía es la que nos saca de ella. Porque venimos a la mesa eucarística para desandar nuestros pasos e ir al encuentro del mundo, de nuestra vida cotidiana, de los pobres, de los olvidados… pero también de nuestros detractores, de los que dicen nuestros enemigos y contrincantes…

Es falsa la oposición entre comunión eucarística y servicio a los pobres. El solo plantearlo así nos muestra una fe, ya no débil o inmadura, sino desnortada.

El Jesús que se nos da como alimento es el mismo que, como Buen Samaritano, nos da sus mismos sentimientos para que no nos dejemos ganar por la pulsión del egoísmo que siempre llevaremos dentro.

Sí. La Eucaristía nos transforma, a condición que nos dejemos interpelar a fondo por la persona del Señor.

Aquí ya no hay metáfora sino realidad: «Te adoro con fervor, Deidad oculta, que estás bajo estas formas escondida. A Tí, mi corazón se rinde entero y desfallece todo si te mira. Se engaña, en Ti, la vista, el tacto, el gusto…», cantamos con el poeta que es también teólogo, pero, más que nada discípulo. Es decir, un enamorado.

Termino esta homilía con una oración tomada del Misal. La rezaremos, Dios mediante, el próximo domingo 13 de septiembre, XXIV del tiempo ordinario. Es muy bella y certera.

Dice así: “Te rogamos, Dios nuestro, que el don celestial que hemos recibido impregne nuestra alma y nuestro cuerpo, para que nuestras obras, no respondan a impulsos puramente humanos sino a la acción de este sacramento”.

Amén.