La Pascua de Jonás (y la nuestra)

Tercera Carta Pascual

“Porque, así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez, así estará el Hijo del hombre en el seno de la tierra tres días y tres noches.” (Mt 12, 40).

“Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar.” (Francisco, Un plan para resucitar).

San Francisco, 1 de mayo de 2020

Queridos hermanos y amigos:

1. Jesús echó mano de las peripecias de Jonás para hablarnos de su propia Pascua. ¿Podrá esta página de la Escritura iluminar también la Pascua tan particular que estamos viviendo? Creo que sí. En esta tercera “Carta Pascual”, les propongo leer juntos este delicioso relato bíblico. Y, con él, releamos lo que estamos viviendo. Es Pascua: Dios está pasando por nuestra vida. ¿No lo percibimos? ¿O también nosotros, como Jonás, preferimos escaparnos y no reconocer a Jesús resucitado?

¡Huye, Jonás, huye!

2. La primera imagen que tenemos de Jonás es la de un profeta que huye cuando le llega la Palabra de Dios y, con ella, una misión que cumplir. ¿Cuál es la razón de esa huida? ¿A qué teme? Emprende un viaje buscando un lugar que lo ponga a salvo de la Palabra del Señor; en fin: de Dios mismo. “¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás presente.” (Salmo 139, 7-8).

3. Jonás intenta huir, pero Dios lo alcanza. En medio del mar, mientras él duerme en lo más profundo de la nave, estalla la tormenta. Es Dios que lo busca. Es interesante este dato: interpelado por el capitán del barco, Jonás es incapaz de rezar. Repite con ortodoxa frialdad lo que ha aprendido en el catecismo: “Yo soy hebreo y venero al Señor, el Dios del cielo, el que hizo el mar y la tierra” (Jon 1, 9).

4. Jonás sabe muchas cosas de Dios; pero, realmente no sabe de Él con el corazón. Mientras todos los tripulantes del barco rezan a sus dioses, Jonás, el ortodoxo, ni siquiera dice una letanía. Tiene los labios sellados y el corazón frío. Huye de la mirada de Dios. En el colmo de la evasión, se hace arrojar al abismo del mar. Piensa que, allí, Dios no lo hallará. Todo acabará con esa muerte. “Si dijera: «¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!», las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche será clara como el día” (Salmo 139, 11-12).

5. No seamos severos con Jonás. Mirémoslo como un espejo que nos refleja. También nosotros nos pasamos la vida huyendo de Dios. Creo que, en esta hora de prueba, nos hace bien pensar en nuestras huidas: ¿cuáles son? ¿A qué obedecen? ¿Qué miedos nos habitan y nos hacen huir? ¿Nos damos cuenta de cómo huimos de Dios, de su mirada, de su Palabra, de su amor que salva?

¡Ora, Jonás, ora!

6. Jonás tiene miedo y huye. Dios, en cambio, es paciente y, sobre todo, posee un insobornable sentido del humor. Jonás piensa ser deglutido para siempre por las aguas, pero hete aquí que, de repente, un gran pez abre sus fauces… y lo instala cómodamente en su vientre. Claro, la iniciativa es de Dios. ¿De quién si no? “El Señor hizo que un gran pez se tragara a Jonás, y este permaneció en el vientre el pez tres días y tres noches.” (Jon 2, 1).

7. Entre tanto, otro detalle simpático. Jonás, el profeta ortodoxo, huidizo y de corazón frío, ha logrado un inesperado éxito misionero: convertir a sus compañeros paganos del barco, que terminan reconociendo el Señorío del “Dios de Jonás”. Le ofrecen sacrificios y promesas. Dios sabe hacer las cosas: escribe derecho en renglones torcidos… y con lápices sin punta.

8. El que no pudo rezar cuando el barco se hundía, ha encontrado un inesperado lugar de retiro espiritual. Ahora, en ese lugar oscuro (su cuarentena), su corazón orante parece revivir y lograr una nueva calidad de oración. En su plegaria se entremezclan varios salmos de Israel. Seguramente que los ha cantado y tal vez se los sepa de memoria (como la fórmula de fe que recitó en la nave). Solo que ahora, esas palabras sagradas, que Dios ha inspirado a los orantes del pueblo, adquieren para él un significado nuevo. Se vuelven vivas, se nutren de su propia vida, sus miedos y deseos más secretos.

9. Jonás, en el vientre del pez, está aprendiendo a conocer realmente el corazón de Dios, y a hacer suya la experiencia espiritual más honda de un creyente: “¡La salvación viene del Señor!” (Jon 2, 10). En este punto, no puedo dejar de invitarte a saborear, lentamente, la oración de Jonás, haciéndola tuya:

«Desde mi angustia invoqué al Señor, y él me respondió; desde el seno del Abismo, pedí auxilio, y tú escuchaste mi voz.

Tú me arrojaste a lo más profundo, al medio del mar: la corriente me envolvía, ¡todos tus torrentes y tus olas pasaron sobre mí!

Entonces dije: He sido arrojado lejos de tus ojos, pero yo seguiré mirando hacia tu santo Templo.

Las aguas me rodeaban hasta la garganta y el Abismo me cercaba; las algas se enredaban en mi cabeza.

Yo bajé hasta las raíces de las montañas: sobre mí se cerraron para siempre los cerrojos de la tierra; pero tú me hiciste subir vivo de la Fosa, Señor, Dios mío.

Cuando mi alma desfallecía, me acordé del Señor, y mi oración llegó hasta ti, hasta tu santo Templo. 

Los que veneran ídolos vanos abandonan su fidelidad, pero yo, en acción de gracias, te ofreceré sacrificios y cumpliré mis votos: ¡La salvación viene del Señor!».

10. Más que huir de Dios, el creyente tiene que dejarse llevar hasta los abismos de su pobre humanidad, pues allí lo espera, no el Juez implacable que castiga, sino el que resuelve todo juicio con el perdón y la misericordia. Jonás, orando con una autenticidad hasta ahora desconocida para él, comienza a intuirlo. Es suficiente. Ya está en condiciones de retomar el camino: “Entonces el Señor dio una orden al pez, y este arrojó a Jonás sobre la tierra firme” (Jn 2, 11).

11. No temamos bajar también nosotros. Tal vez, como Jonás, podamos aprender a orar con menos formalidad, pero con más humanidad y autenticidad. Es lo que Dios espera de cada uno. Tiene sed de corazones así. ¿Y si esta cuarentena pascual nos ofreciera esa posibilidad? ¿No está siendo un momento de sinceridad ante tantas máscaras, vanidades e hipocresías?

¡Camina, Jonás, camina!

12. Después del zamarreo de la tormenta y del retiro espiritual en su vientre, Dios vuelve a la carga: “La palabra del Señor fue dirigida por segunda vez a Jonás”. Además de buen humor, Dios es perseverante en sus propósitos. No lo iba a dejar tan tranquilo a su profeta. Es que, en el fondo, sabe de qué madera estamos hechos sus hijos. Cosas de la sabiduría divina.

13. Esta vez, Jonás obedece y se pone en marcha. Y ahí, delante de sus ojos aparece la gran ciudad . Detengámonos un momento: no estamos leyendo un relato histórico. Se trata de un texto didáctico, con ribetes humorísticos. Más o menos como las parábolas de Jesús que buscan sacudir la conciencia, abriéndola a las sorpresas de Dios. El relato de Jonás busca un cambio de actitudes. Busca conversión.

14. Nínive, por ejemplo, hace tiempo que ha desaparecido. Sin embargo, esta ciudad evoca recuerdos terribles: la ferocidad del imperio asirio, la crueldad de sus guerras, etc. Ha dejado huellas profundas en el alma del pueblo. Es lógico que Jonás, no comprenda. ¿Dios ama a gente así? ¿No debería buscar su humillación y aniquilamiento, más que su conversión y salvación? Todos tenemos el recuerdo de “alguna Nínive” en el corazón.

15. La Nínive histórica jamás oyó a Jonás y, menos aún, se convirtió a su prédica. Esta del relato sí. Y lo hace de una manera que deja sin aliento. Esta enorme ciudad, ante la sola palabra del profeta, vive una conversión que conmueve a todos, empezando por el mismo Dios. A todos, salvo a uno: a Jonás.

16. Volvamos al texto. Nuevamente resuena la Palabra de Dios, y lo hace con fuerza: es un mandato misionero. Esta vez, Jonás responde inmediatamente… aunque -como veremos- no termina de estar convertido del todo. Lo que mueve a Jonás a ponerse en camino a predicar en Nínive, no es lo mismo que mueve a Dios. Jonás guarda la secreta expectativa de ver destruida la ciudad. Dios, en cambio, quiere su conversión real.

17. Nínive es enorme: tres días para recorrerla (como fueron los tres días de retiro de Jonás…). El profeta Oseas nos explica el sentido de esa cifra: “Después de dos días (el Señor) nos hará revivir, al tercer día nos levantará, y viviremos en su presencia” (Os 6, 2). Más que un lapso de tiempo, los tres días indican que Dios, no obstante todo, siempre actúa salvando a sus hijos.

18. Jonás se toma en serio su misión. Predica la penitencia a la enorme ciudad. Basta ese grito y, hete aquí, que ocurre lo impensable: primero los simples ciudadanos, pero después el rey, los funcionarios y hasta los animales se sienten hacen suyo el llamado al arrepentimiento. Es admirable y conmovedor, pero también un poco irónico: Jonás recorre Nínive un poco a la fuerza, sin embargo, la ciudad, en un santiamén, da un vuelco y se convierte.

19. Una perlita, para entender mejor el mensaje: Jonás predica con fuerza la conversión de la ciudad. Sin embargo, dice algo que Dios no le ha pedido: “Dentro de cuarenta días, Nínive será destruida” (Jon 3, 4). ¿Qué problema hay? Palabras más, palabras menos, es más o menos lo mismo. Jonás cree saber lo que Dios pretende. ¿No será, en cambio, lo que él quiere ? ¿No proyecta en Dios sus propios sentimientos de frustración, miedo y violencia? Atentos, porque esto no le pasa solo a Jonás…

La verdadera pascua de Jonás

20. Todos en la ciudad se han convertido y Dios ha perdonado con gran misericordia. ¿Y Jonás? Está que trina: “Jonás se disgustó mucho y quedó muy enojado (Jon 4,1). Si el rápido arrepentimiento de los ninivitas lo ha sorprendido, lo que lo deja sin aliento es que Dios mismo se ha dejado llevar por su misericordia. ¡No puede ser! ¿En qué quedamos? ¿Dónde está la justicia de Dios? ¿Tenemos acaso un Dios blandengue y pastelero?

21. Aquí hay que detenerse. El libro de Jonás no tiene como finalidad narrar la conversión de Nínive. ¿Qué quiere enseñar? El autor ha puesto el ojo en algunas actitudes que ve crecer en su pueblo: ceguera, cerrazón y dureza de corazón (tal vez, frutos de tantos sufrimientos o de miedos). La consecuencia es una imagen completamente deformada de Dios: un justiciero que se deja llevar por sentimientos de amor, odio y venganza. En realidad, proyectan en ese ídolo sus propias frustraciones y sentimientos.

22. En el capítulo final contemplamos la verdadera conversión de Jonás, su Pascua. Tendrá que desandar el camino de su disgusto inicial al silencio ante la Palabra de Dios. Pero es pascua de verdad, pues revivirán en él los sentimientos de huida que vimos antes. En las palabras que le dirige a Dios (cf. Jon 4, 2-3) deja ver a un “nene caprichoso” que quiere manipular a Dios, haciéndolo sentir culpable. Con gran paciencia, el Señor lo dejará con una pregunta inquietante: “¿Te parece que tienes razón para enojarte?” (Jon 4, 4).

23. Desilusionado por el fracaso de su misión (no ha visto arder a Nínive), pero más por el comportamiento de Dios, se siente morir cuando el ricino se seca. Leamos el diálogo final, pues es de una gran hondura espiritual: “Dios le dijo a Jonás: «¿Te parece que tienes razón de enojarte por ese ricino?». Y él respondió: «Sí, tengo razón para estar enojado hasta la muerte». El Señor le replicó: «Tú te conmueves por ese ricino que no te ha costado ningún trabajo y que tú no has hecho crecer, que ha brotado en una noche y en una noche se secó, y yo, ¿no me voy a conmover por Nínive, la gran ciudad, donde habitan más de ciento veinte mil seres humanos que no saben distinguir el bien del mal, y donde hay además una gran cantidad de animales?».” (Jon 4, 9-11).

24. Ahora comprendemos el porqué de la huida de Jonás. Huye de Dios porque no cuadra con sus expectativas. Huye porque le repugna que sea como se mostró a Moisés y como lo celebran los salmos: “bondadoso y compasivo, lento para enojarse y de gran misericordia; no acusa de manera inapelable ni guarda rencor eternamente; no nos trata según nuestros pecados ni nos paga conforme a nuestras culpas” (Sal 103, 8-10). Esto último lo saca de quicio: que Dios perdone a sus enemigos. Jonás quiere que Dios sea benigno con él y su pueblo, pero que, con los demás, tenga el rostro justiciero del que no deja pasar una y, sobre todo, castiga a los culpables. Es verdaderamente escandaloso que Dios, a los culpables, los juzgue… y termine perdonándolos. Jesús contará la historia de un padre que se conmueve ante el hijo que vuelve arrepentido de sus andanzas. También entonces habrá alguien (el hermano mayor) que no entenderá a Dios que se conmueve con el sufrimiento de sus hijos (cf. Lc 15, 11-32).

25. Jonás exhibe un egoísmo exasperante: no solo pretende presenciar la destrucción de la ciudad, rechaza también el perdón de Dios a los Ninivitas, pero, sobre todo, no quiere dejarse ganar por los mismos sentimientos de Dios. Quiere permanecer frío y justiciero. La aventura con el ricino resulta un gesto amigable de Dios para con él. Con ese recurso, busca convertirlo, sanando su corazón endurecido. Si Jonás se alegró de contar con la sombra del ricino en medio de la resolana (cf. Jon 4, 6), ¡cuánto más se alegrarán los hombres de sentir la sombra de la misericordia de Dios sobre ellos!

26. Así como el libro se abrió con la Palabra de Dios que llegó de improviso a la vida del profeta, ahora se cierra con una pregunta abierta, dirigida a Jonás. En realidad, nos tiene a nosotros como destinatarios: ¿hemos hecho realmente la experiencia de la misericordia y el perdón de Dios? ¿Lo comprendemos de verdad? ¿Hasta qué punto el Padre de Jesús es el Dios al que adoramos y en cuyas manos ponemos nuestra vida y esperanzas? ¿Hasta qué punto hemos hecho nuestro el mensaje del perdón que Jesús ha traído al mundo desde el corazón de Dios?

De Nínive a Emaús: de Jonás a Jesús… y a nuestra vida en cuarentena

27. Dejemos a Jonás rumiando la pregunta de Dios. Dejemos también el Antiguo Testamento y vengamos al Nuevo: a Jesús, al evangelio de Lucas, al relato de Emaús: Lc 24, 13-35. Aquí también hay camino, pero no de huida, sino de retorno: dos hombres, desilusionados y decepcionados, retoman su vida de siempre. Se habían entusiasmado con Jesús… pero no ha podido ser. No hay caso: no hay lugar para grandes sueños en la vida de los pobres. Ese retorno tiene el sabor de una derrota y de una resignación.

28. Jesús resucitado, ante todo, se pone a acompañarlos como un Peregrino. Pacientemente les va explicando las Escrituras, pero no como quien da lecciones académicas. Con la Biblia en la mano, va desentrañando el sueño de Dios para la humanidad que pasa por la cruz y el sufrimiento de su Mesías. Esa explicación -lo reconocerán después- ha logrado encender de nuevo el corazón. Finalmente, el Peregrino se da a conocer, ofreciéndose a sí mismo en la Fracción del Pan. No basta la Palabra. Hay que experimentar que Cristo es Pan que se parte para ser comido: es amor hasta el fin, servicio y entrega de la vida…

29. Y desaparece al partir el pan. Esta Ausencia, sin embargo, deja a los discípulos con el corazón colmado. Ha vuelto la esperanza al corazón y se ha transformado en misión: “Ellos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan” (Lc 24, 35). Es un hermoso resumen de lo que es la misión para el discípulo misionero del Evangelio: contar lo que nos ha pasado por el camino…

30. En mi anterior Carta Pascual les proponía formularle a Jesús una pregunta: “¿Dónde estás, Señor, en esta hora de cruz y de esperanza?” Si nuestra vida siempre es búsqueda del Señor y un intento de reconocerlo en medio de nuestra existencia, esa búsqueda y ese intento se vuelven más intensos en las horas difíciles. Como la que estamos viviendo como humanidad, como pueblo y también como Iglesia.

31. En Jonás y sus peripecias, sus huidas, miedos y resistencias, me he reconocido a mí mismo. No he podido dejar de contemplarlo acurrucado en el fondo de la nave a merced de las olas, como escapando inútilmente de la tormenta… y del mismo Dios. Me he visto en su dificultad para orar, en la fría ortodoxia con que cree saber responder a las preguntas que le hacen, en sus reproches y en su cansancio.

32. Pero, por encima de todo, no puedo dejar de experimentar que, como a Jonás, Dios me sigue buscando, especialmente cuando intento escapar de Él y de la misión que me confía. En última instancia, el Dios de las historias bíblicas es Alguien que busca compartir con nosotros sus sentimientos más hondos: su compasión por el mundo, su deseo de salvar y de dar vida… incluso a las criaturas más sencillas y olvidadas. Es el Peregrino que camina a nuestro lado para abrirnos los ojos, la mente y el corazón, a fin de comprender que Dios no solo no nos abandona, sino que sigue adelante con su sueño de vida y salvación para todos. Y que ese sueño pasa por la persona de Jesús, su Hijo, nuestro Salvador, por su pasión, muerte y resurrección.

33. Yo también, como aquellos discípulos a los que Jesús arrancó de la desesperanza, hizo arder sus corazones y les descubrió su Presencia en la Fracción del Pan, he sentido la necesidad de contar lo que me está pasando en el camino, para animar la esperanza de todos. El mundo que emergerá de esta “Pascua-Cuarentena” llevará las marcas de muchas heridas. La comunidad de los discípulos del “Buen Samaritano” tendrá que dejarse guiar por su Espíritu Vivificador. “Este es el tiempo propicio de animarnos a una nueva imaginación de lo posible con el realismo que solo el Evangelio nos puede proporcionar”, como acaba de señalarnos el Papa Francisco. ¿Qué parte me toca a mí, a nosotros, a nuestra Iglesia diocesana, en esta empresa de imaginación y realismo evangélicos?

34. Los invito entonces a rezar con los discípulos de Emaús, con Jonás y todos los creyentes que sienten la esperanza de Jesús en sus corazones: “Quédate con nosotros, Señor Jesús, porque el día ya se acaba; sé nuestro compañero de camino, levanta nuestros corazones, reanima nuestra esperanza; así nosotros, junto con nuestros hermanos, podremos reconocerte en las Escrituras y en la fracción del pan. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.”

Su hermano y obispo,

+ Sergio O. Buenanueva
Obispo de San Francisco