“Las mujeres, atemorizadas pero llenas de alegría, se alejaron rápidamente del sepulcro y fueron a dar la noticia a los discípulos. De pronto, Jesús salió a su encuentro y las saludó, diciendo: «Alégrense». Ellas se acercaron y, abrazándole los pies, se postraron delante de él. Y Jesús les dijo: «No teman; avisen a mis hermanos que vayan a Galilea, y allí me verán».”
(Mt 28, 8-10).

Queridos amigos y hermanos:
En este día y en esta hora, no tengo otra palabra para ustedes, que la de Jesús resucitado a las mujeres: ¡Alégrense!
- ¡Alégrense!, porque en medio de esta prueba, el Resucitado está dando vida, esperanza y alegría.
- ¡Alégrense!, porque su rostro se refleja en la mirada de los que curan, cuidan y acarician. No son pocos. Están en todas partes, callada y mansamente. Así, Cristo sostiene el mundo.
- ¡Alégrense!, porque nuestro Dios nos sale al paso, sin escandalizarse de nuestros miedos, incertidumbres y angustias, y confía en nosotros el anuncio de la Alegría.
- ¡Alégrense!, porque no hay piedra, por pesada que sea, que pueda sellar para siempre la muerte. La muerte ha sido vencida.
- ¡Alégrense!, porque no hay gesto de amor, de ternura y de compasión, por mínimo que sea, que Dios, amigo de la vida, no atesore en su odre, para devolvérnoslo en el momento oportuno.
- ¡Alégrense!, porque, de repente, sin nosotros pensarlo ni programarlo, el Dios que resucita a los muertos, nos está saliendo al encuentro con toda su potencia de vida y esperanza.
- ¡Alegrémonos!, porque, por su resurrección, Cristo está presente en cada fragmento de nuestro mundo, de nuestras historias y biografías. Y está como salvador y redentor.
- ¡Alegrémonos!, porque, en medio del dolor y la tormenta, estamos experimentando que todos navegamos en la misma barca, como Francisco, el Pastor al timón, se lo ha dicho al mundo.
- ¡Alegrémonos!, pues en esta hora de nuestra humanidad, la Providencia nos pone ante la posibilidad de alumbrar decisiones nuevas, de largo alcance, que den paso a un mundo mejor, más humano y más vivible para todos, especialmente para los que vendrán.
- ¡Alegrémonos!, porque vivimos un tiempo que nos ha puesto ante lo esencial de la vida, estamos en una siembra, cuyos frutos otros cosecharán, pero que nosotros tenemos el gozo de haber preparado con nuestras manos. Nadie nos lo podrá quitar.
- ¡Alegrémonos!, porque la vida ha estallado en la oscuridad de una tumba, y tiene horizonte de cielo, de eternidad, de bienaventuranza y, así, la muerte no tiene la última palabra; Cristo la ha transformado en una puerta que se abre a la vida verdadera.
Miremos a María: la espera del Sábado Santo ha llegado a su término; su corazón traspasado, más que nunca, ha quedado colmado de alegría. Es la alegría que ahora comparte con nosotros.
¡Bendecida Pascua para todos!

Obispo de San Francisco
Debe estar conectado para enviar un comentario.