Cristo es nuestra Pascua

Segunda «Carta Pascual»

San Francisco, 2 de abril de 2020

A los fieles católicos de la Diócesis de San Francisco.

Queridos hermanos:

  1. Cuando programé estas “Cartas Pascuales”, no imaginé que, por la emergencia sanitaria, no íbamos a poder reunirnos para las celebraciones de Semana Santa. No podremos estar físicamente en nuestros templos, pero estaremos en comunión. Muchos celebrarán la Pascua en los hospitales y centros de salud, en la calle y en diversos servicios públicos. En sus rostros y en sus manos reconoceremos a Aquel que “muriendo destruyó nuestra muerte y resucitando restauró la vida”.
  2. Vamos a vivir esta Pascua del Señor. No lo dudemos siquiera. Lo haremos de otra manera: en familia o incluso solos; por las redes u otros medios, tal vez solo con la Biblia ante nuestros ojos. Y lo haremos con una participación real y creativa.  Seremos como María y José que buscan ansiosos a Jesús que se les ha perdido. Esa es el alma de la liturgia: buscar al Señor, dejarse llevar por el Espíritu y, así, glorificar al Padre. Será también como un más prolongado Sábado Santo. O como la espera del Espíritu.
  3. María nos sostiene. Ella sabe de espera, silencio y oración. Y nos lo enseña ahora, cuando arrecia la tormenta, en medio de la noche. En la barca estamos todos, como decía Francisco. Algunos con miedo, otros -muchísimos- reavivando esperanza.
  4. ¿Cómo emergerá la humanidad de tanto dolor y sacrificios? Cristo resucitado resplandece mostrándonos el futuro según Dios. Pero también desafía nuestra libertad: tenemos que repensar nuestra forma de vida, como bien insiste el Papa Francisco. Hemos de madurar decisiones valientes para cuidar la casa común y legar a las nuevas generaciones un mundo más humano.
  5. ¿Y Argentina? ¿Cómo afrontará este desafío moral? Necesitaremos vigorosas energías espirituales para recomponer nuestra cohesión como pueblo y la amistad social. Se avizora una sociedad herida, seguramente más pobre y vulnerable. Se requerirá grandeza de ánimo para un esfuerzo personal y colectivo extraordinario. La Providencia nos ha puesto ante decisiones cruciales y de largo alcance. Hemos de sembrar, pensando que otros cosecharán. ¡Ojalá no prevalezcan el miedo y nuestras oscuras pulsiones! ¡Ojalá resurjamos más libres, responsables y solidarios!
  6. Los tres puntos que les propongo a continuación parten de una convicción de fe: el Señor está pasando en esta hora difícil. Y eso es precisamente Pascua.

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 “Ojalá hoy escuchen la voz del Señor” (Sal 94, 7d)

  1. En pocos días, la vida nos ha cambiado de forma vertiginosa. El riesgo sanitario es grave y real. Apreciamos la cuarentena, pero sus restricciones afectan el trabajo y el sustento de personas y familias. Crecen la ansiedad, el miedo y la inquietud. También un estrés difícil de manejar.
  2. La fe no se desentiende de estas vivencias. Celebramos la Pascua para asumirlas con Jesús que muere y resucita. No podemos entonces dejar de preguntarle: ¿Dónde estás, Señor, en esta hora de cruz y de esperanza? ¿Qué palabra buena nos estás dirigiendo? ¿Qué decisiones de vida nos estás inspirando?
  3. Mientras sigo pidiendo luz para nuestra Iglesia diocesana, permítanme compartir algunos pensamientos. Me están ayudando a caminar esta hora. Todos necesitamos palabras ciertas de esperanza; pocas, pero esenciales. Me animo a compartir algunas de las que Dios me viene regalando. Como su obispo, me siento particularmente obligado a ello.
    • La agenda me muestra, cada día, los eventos que había programado: reuniones, visitas, encuentros, celebraciones, etc. Todo ha quedado en veremos. ¿Cuándo retomaré las actividades ordinarias? ¿Será este año? ¿Más adelante? De repente, lo que creía controlado entra en estado de suspensión. Y la emergencia comienza a ganar espacio en el corazón.
    • En el retiro que compartimos los curas el pasado miércoles, el Padre Alejandro Puiggari nos hacía meditar sobre situaciones de la vida que nos desinstalan, quitándonos seguridades y arrojándonos a la intemperie. Algunos de ustedes también lo escucharon. Está en las redes.
    • En todo esto experimento una tensión interior. Creo que muy saludable, por cierto. Por una parte, la serena certeza de que Dios está, especialmente cuando llega la noche. Pero, por otro lado, no dejo de sentir vértigo, miedo e incertidumbre. Pero es un vértigo habitado por esa Presencia , cuya cercanía amorosa es tan real y determinante como inmanejable.
    • Este despojo tiene el sabor del Evangelio… ¿No es la figura, humilde y bella, de Cristo en su Pasión? ¿No emerge así, una vez más, lo “único necesario” que escucharon Marta y María en Betania de labios del Señor? Esta desapropiación pascual, ¿no será la dirección hacia dónde nos está conduciendo nuestro Buen Pastor?
  4. Me dispongo a vivir la Pascua con estos pensamientos, sentimientos y esperanzas en el corazón. Al ir concluyendo el camino cuaresmal, son las huellas que quedan en mi alma del itinerario recorrido. No el que yo programé, sino el que Dios, en su Providencia, me ha deparado.

“Mi sacrificio es un espíritu contrito, tú no desprecias el corazón contrito y humillado” (Sal 50, 19)

  1. Los invito a releer estos párrafos de la oración de Azarías. Lo rezamos en la Liturgia de las Horas: “Ya no hay más en este tiempo, ni jefe, ni profeta, ni príncipe, ni holocausto, ni sacrificio, ni oblación, ni incienso, ni lugar donde ofrecer las primicias, y así, alcanzar tu favor. Pero que nuestro corazón contrito y nuestro espíritu humillado nos hagan aceptables como los holocaustos de carneros y de toros, y los millares de corderos cebados; que así sea hoy nuestro sacrificio delante de ti, y que nosotros te sigamos plenamente, porque no quedan confundidos los que confían en ti. Y ahora te seguimos de todo corazón, te tememos y buscamos tu rostro.” (Dn 3, 38-41).
  2. La decisión de suspender el culto público ha sido dolorosa. Lo vi claro de entrada y no albergo dudas de su conveniencia. Sin embargo, la incomodidad queda dando vueltas. Las palabras de Azarías han aflorado solas. Hablan del dolor del pueblo al que le ha sido arrebatado violentamente el templo, su culto y la experiencia de celebrar la Alianza. Pero precisamente allí encuentro también una preciosa indicación de por dónde Dios nos está llevando en esta hora de prueba.
  3. Tanto el Salmo 50 como esta página del Libro de Daniel abrevan en la misma tradición espiritual: el lugar del culto más apreciado por Dios es el corazón del hombre. Allí tiene lugar lo decisivo para la vida. Solo un corazón así puede dejarse tocar y transformar por el Espíritu. Quedan atrás tanto la rigidez moral como una difusa culpabilidad. Ambas nos centran en nosotros más que en Dios.
  4. El Espíritu nos trabaja por dentro, conduciéndonos en otra dirección: la del corazón quebrantado, humilde y dócil a la gracia. Así, todo nuestro trabajo espiritual consiste en bajar hasta las profundidades de nuestra debilidad, reconocerla gozosamente ante Dios y, de esta manera, dejar que Él nos dé su fuerza. En el punto preciso en que reconocemos nuestra impotencia, Dios toma el relevo y su omnipotencia (que es la del amor y la ternura) comienza a transformarnos desde dentro.
  5. Esta suerte de “ayuno de Eucaristía” ha despertado la inquietud de muchos. Me lo han hecho saber. También su disconformidad. Creo comprenderlo: es la insatisfacción del amor. Los cristianos amamos la Eucaristía. No podemos vivir sin ella. “Fuente y culmen” de toda nuestra vida, la llamó sabiamente el Concilio. Y esa es precisamente nuestra experiencia. Lo estamos sintiendo con la fuerza de la privación, de la ausencia y de la nostalgia.
  6. Esta espiritualidad del “corazón quebrantado”, me ayuda a vivir este tiempo de “ayuno de Eucaristía”. Se los comparto como hermano, aún sabiendo que no conformará a todos. En primer lugar, pienso que el corazón quebrantado aprende a esperar, con ansias nuevas, el momento de reencontrarnos para celebrar juntos la Santa Eucaristía. La Misa crismal, por ejemplo. Como decía al inicio, es una espera como la de María el Sábado Santo o en el Cenáculo en Pentecostés. En segundo lugar, porque, si bien no podemos reunirnos, sí podemos vivir concretamente la gracia de la Eucaristía que es el amor de Cristo. Hoy nos privamos de la Eucaristía para cuidar la vida. Es una forma de imitar al Señor que, en la última Cena, lavó los pies a los apóstoles, como humilde siervo.
  7. Un corazón así nos vuelve más abiertos a la Palabra de Dios. En este tiempo, ha crecido el aprecio por las Escrituras. “La Iglesia -nos recordaba el Concilio- ha venerado siempre las Sagradas Escrituras al igual que el mismo Cuerpo del Señor” (Dei verbum 21). En nuestros hogares, la lectura de los textos bíblicos de la liturgia nos permitirá experimentar lo que oramos: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida”. Saborearemos mejor su poder santificador y transformante. Nos unirá a Jesús.

“Cristo, nuestra Pascua, ha sido inmolado” (1 Co 5, 7)

  1. Cada año, en la Vigilia Pascual, escuchamos las páginas fundamentales de la Escritura, de la creación a la resurrección, pasando por el Éxodo y nuestro Bautismo. Toda la historia de la salvación desemboca en Él y en su Pascua. Él le da sentido a cada fragmento de nuestra historia personal, eclesial y humana. Jesús es nuestra Pascua. Él es el centro viviente del plan de Dios.
  2. Así, el dinamismo del Triduo Pascual despliega el misterio de la persona del Señor. La Pascua comienza ya el Jueves Santo, cuando hacemos memoria de los gestos y palabras con que Jesús anticipó su entrega. El Viernes Santo contemplamos la inmolación del Cordero: “no hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15, 13). El Sábado Santo -como dijimos- nos sumerge en el silencio de la oración. Con María y su corazón de madre, la Iglesia espera el alba del “día que hizo el Señor”. En la Vigilia volvemos a escuchar el anuncio de la resurrección. Cantamos de nuevo el Aleluya y nos dejamos iluminar por el resplandor del Resucitado. Amanece así el Domingo de Pascua y, como las mujeres ante el sepulcro vacío, volvemos a ser sorprendidos por las palabras del mensajero: “¿Por qué buscan entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recuerden lo que él les decía cuando aún estaba en Galilea…” (Lc 24, 5-6). Nos reconocemos entonces en María Magdalena que anuncia a los demás: “Ha resucitado Cristo, mi esperanza…”.
  3.  Queridos hermanos y amigos: volveremos a saludar a Nuestra Señora: “Gózate y alégrate, Virgen María; porque verdaderamente ha resucitado el Señor, Aleluya”. Es cierto: es de noche y tenemos miedo, pero pronto amanecerá. ¡Dejémonos iluminar por el Sol naciente! ¡Es Jesucristo, vencedor de la muerte y toda oscuridad! ¡Él está pasando en esta hora de prueba! ¡No nos deja solos!

Con afecto, su obispo

+ Sergio O. Buenanueva