Miremos al Crucificado…

Contemplemos al Crucificado.

En silencio, recogimiento y serena ansiedad.

Sobre todo, con amor y humildad. Solo el amor humilde contempla y, por eso, ve.

Dejémonos mirar por Él y que sus ojos de fuego traspasen nuestro corazón, nuestra mente y entrañas.

Su mirada revela al mundo cómo Dios realmente está vuelto hacia nosotros, cómo nos mira y cómo nos busca.

Sus ojos transparentan que la única intención del Dios amor para con nosotros es la salvación a que lo mueven sus entrañas de misericordia.

Así, el Crucificado deshace todo resto de mundano paganismo de nuestros corazones. Así aniquila los ídolos abominables que, como fantasmas tenebrosos, se agitan en nuestra mente afiebrada, atormentándonos con puniciones, castigos y retorcidas enseñanzas.

Sí. Cristo crucificado serena y da paz, no como la da el mundo…

Amén, decimos.

Como María al pie de la cruz. Como ella, ahora y en la hora de nuestra muerte…