
Este viernes 13 de marzo, el Papa Francisco cumple siete años de haber sido elegido obispo de Roma.
El número siete es muy significativo para un obispo.
La liturgia sugiere que, cuando el obispo celebra la Misa -en una parroquia, por ejemplo- junto al altar haya siete cirios encendidos.
Indican la plenitud del sacerdocio que el obispo ha recibido por la efusión del Espíritu en la ordenación episcopal.
Es una indicación preciosa. La liturgia expresa lo que la Iglesia cree y vive.
El obispo no es un funcionario o un administrativo de una empresa. Menos aún, alguien que, con estrategias mundanas, dirige a otros.
El obispo está llamado a ser un hombre del Espíritu, ejerciendo un ministerio espiritual para bien de todos.
Es lo más valioso que, hoy, puedo decir de nuestro querido Papa Francisco y del modo como está guiando a la Iglesia.
Así lo señala uno de sus biógrafos, el inglés Austen Ivereigh.
Este autor caracteriza el modo como Francisco está gobernando la Iglesia con la figura de un padre, director o acompañante espiritual.
La reforma que está animando en la Iglesia tiene que ver con ayudarnos a ser dóciles a lo que el mismo Espíritu está haciendo en la Iglesia, a los caminos que está abriendo para la Iglesia de Jesús en este tiempo, tan tormentoso y desafiante como fascinante y sediento del Evangelio.
De ahí que, en el centro de su modo de gobernar la Iglesia esté el “discernimiento del Espíritu” que nos ayuda a sentir y obedecer la voluntad de Dios.
Tenemos que dar gracias por su persona y ministerio, rezando para que siga guiando así a la Iglesia.
Pero, para ser consecuentes, más que repetir como autómatas sus dichos, consignas y frases, tenemos que dejarnos guiar nosotros también por el Espíritu para cumplir nuestra misión con plena conciencia y libertad.
Un buen padre espiritual no ocupa nuestro lugar en la respuesta que Dios espera de nosotros. Nos da pistas -como está haciendo Francisco- para que cada uno encuentre esas respuestas, y con el corazón encendido por el amor de Dios, se entregue totalmente y sin reservas a vivir el Evangelio.
Rezo por Francisco, encomendándoselo a la protección de la Virgen María, nuestra Madre.
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