Orar en tiempos de dengue y coronavirus

La oración de súplica también tiene su lugar en una situación de crisis sanitaria.

Dios es creador y redentor. Es Padre, como nos reveló Jesús. No se desentiende de sus hijos y su creación.

Actúa siempre, como también nos enseñó Jesús. Y lo hace para salvar: eso significa, para hacernos crecer en humanidad, vivir como sus hijos en toda circunstancia de la vida (salud o enfermedad) y, de esa forma, llevarnos al cielo, a la bienaventuranza eterna.

Dios respeta su creación. No la violenta ni, de ordinario, pasa por encima las sabias leyes que Él mismo le ha dado.

Al hombre le ha dado inteligencia para comprender las leyes de su creación y ponerlas al servicio de todos. Le ha dado también una voluntad libre para que la acción transformadora del hombre lo perfeccione, haciéndolo más bueno y virtuoso.

Por eso, oramos por quienes tienen responsabilidades de gobierno y de conocimiento para prevenir, curar y aliviar el dolor.

Ese es el modo ordinario de obrar de nuestro Dios: actúa por medio de las “causas segundas”, respetando y sosteniendo su accionar.

Pero también actúa de forma extraordinaria. También sin violentar su creación, pero de un modo que, normalmente se escapa a nuestra comprensión, interviene en el mundo.

A esos signos poderosos de su amor los llamamos milagros, porque, al experimentarlos y contemplarlos no podemos dejar de maravillarnos de su poder, su sabiduría y su misericordia.

Por eso, sus hijos nos volvemos a Él, orando con confianza, para que disponga nuestro corazón para colaborar con su obra y para que Él intervenga en nuestra vida.

Oremos, por tanto, con insistencia y la confianza de Jesús, que es la de los niños: “Pidan y se les dará…”

Es la oración confiada de los hijos que saben que Dios no dejará de estar a su lado con la gracia del Espíritu Santo.