Homilía en la Catedral de San Francisco, Miércoles de Ceniza 2020

Con la bendición e imposición de las cenizas comenzamos a transitar el camino de la Cuaresma.
Es el camino de Jesús hacia la Pascua.
Él va delante. Nosotros detrás, traccionados por su mismo impulso.
¡Dejémonos llevar!
Seamos como esos ciclistas que, con una mezcla de osadía e imprudencia, pedalean fuerte detrás de algún vehículo mayor, más ágiles por la tracción generada.
* * *
Mientras recibimos las cenizas, el ministro nos invita a la conversión, invitándonos a creer en el Evangelio sin olvidar nuestra radical pobreza: ¡Conviértete y cree en el Evangelio! ¡Recuerda que eres polvo…!
Somos pecadores. No solo limitados.
Tenemos el corazón dividido y herido.
Nos habita una fuerza disruptiva: el pecado y el peso del egoísmo que brota de él.
Es como una fuerza centrífuga que, dejada libre, todo lo destruye y dispersa: a nosotros, a quienes nos rodean, a aquellos que amamos, a la misma creación…
Allí radica, misteriosa y seductora, la raíz de toda forma de violencia, de injusticia y de deshumanización.
* * *
¡Dejémonos arrastrar por la fuerza centrípeta de Jesucristo y su Pascua!
¡Sólo Él sabe cómo curar nuestras heridas! ¡Sólo Él llega hasta el fondo, a la raíz de nuestros pecados!
Ha venido a nosotros, tomando nuestra propia condición y experimentando en ella todos nuestros límites. Sabe de qué barro estamos hechos…
En la Pascua de su pasión, muerte y resurrección ha liberado la fuerza más poderosa, la que viene de Dios y es la única que sana y salva: el amor de misericordia que se hace perdón de los pecados.
Somos pecadores, pero pecadores perdonados.
El perdón ha venido a nosotros, camina con nosotros, está al alcance de nuestra mano.
Es Jesucristo, el rostro del perdón y la misericordia del Padre.
En el camino cuaresmal, hacemos penitencia para que nuestro corazón herido se quiebre de amor y, de esa manera, deje circular libremente el poder sanador del perdón divino.
* * *
Recogiendo la palabra del Señor, la Iglesia nos invita al ayuno, la oración y la limosna.
Son la expresión visible de ese espíritu de penitencia y conversión que el mismo Espíritu Santo está alentando en nosotros.
¡Seamos animosos!
¡Experimentemos juntos la alegría de volver a Dios, de dejarnos renovar por su perdón y, de esa manera, ser más humanos, más hermanos!
¡Acerquémonos al sacramento de la Penitencia! ¡Es Cristo el que nos espera para abrazarnos!
¡Buena Cuaresma para todos!
Debe estar conectado para enviar un comentario.