Las aguas del Jordán

«La Voz de San Justo», domingo 5 de enero de 2020

La distancia entre las fuentes del Jordán y su desembocadura es de aproximadamente cien kilómetros. Sin embargo, el curso del río triplica esa cifra, alcanzando los trescientos kilómetros. La razón es comprensible: el agua tiene que abrirse paso por un terreno escabroso, dibujando meandros que le permiten sortear las dificultades.

Es una buena imagen para comprender lo que significa la experiencia humana de la fe. Algunos amigos ateos, tal vez influenciados por Freud u otros maestros de la sospecha, tienden a pensar que la fe es una búsqueda de consuelo ante la dureza de la vida, una proyección ilusoria de la propia inseguridad. 

Que la fe en Dios es suelo firme para la vida, es innegable. Pero que sea un ilusorio  consuelo infantil, que nos ahorra enfrentar la vida, contradice la experiencia de cualquier creyente que vive honestamente su fe. 

La fe en Dios, tal como la postula la tradición judeocristiana, es una forma de estar parado en la vida, de encarar la entera existencia humana. Es mucho más que un posicionamiento intelectual o un mero aceptar la existencia de un ser superior. Es una opción de vida. 

Aceptar a Dios como compañero de la vida es una empresa de riesgo. El consuelo y la paz que ofrece supone la decisión de meterse de cabeza en un buen lío. No es casual que, “bautizarse”, signifique, literalmente: irse a pique, lanzándose de cabeza al agua.

Por eso, me ha parecido interesante que, en las sucesivas entregas de este espacio que me ofrece, domingo a domingo, La Voz de San Justo, repasar algunas figuras bíblicas que nos hablen de lo que significa la fe en Dios, desde la elocuencia de las vidas de hombres y mujeres que han aceptado el desafío de decir “amén”, antes que, con los labios, con la propia vida. 

Eso que llamamos «fe» es inseparable de la vida cotidiana y concreta de los hombres y mujeres que se reconocen creyentes. 

Por eso, vamos a navegar por el Jordán repasando, aunque más no sea suscintamente, la aventura de algunos grandes creyentes de la Biblia que aceptaron lanzarse de cabeza al río impetuoso de la fe en Dios.