
¿Qué está pasando en Bolivia, en Chile, en nuestra bella y sufrida América latina?
La crisis de la democracia es global. De la democracia y de “las democracias”, en todas sus versiones.
Parece que el agotamiento de las mediaciones políticas, el miedo al otro y la incertidumbre del futuro conjuran los peores demonios. Mención aparte merecen las diversas desigualdades que colman la medida de toda paciencia. La gente no «come vidrio»…
Uno de los factores a considerar -entre tantos- es la desconexión de las élites respecto del pueblo, de la gente común, sus necesidades e intereses concretos. Principalmente de las élites políticas. Pero también de otras formas de dirigencia, como las económicas, culturales o religiosas (los obispos católicos, por ejemplo).
En América latina esta crisis adquiere rostros peculiares, tanto como lo es su geografía, su historia y las diversas culturas que la habitan.
Tengo muy viva en la memoria del corazón la imagen colorida, festiva y creyente de los peregrinos que caminan al Santuario de la “Morenita”, la Virgen de Guadalupe. Lo viví este pasado sábado como un peregrino más.
¿Qué nos está pasando?
Con una imagen del Crucificado, roto por manifestantes encapuchados en Santiago de Chile, he posteado que, ante semejante figura, nuestro dolor de cristianos no debe ceder ni a la rabia ni al odio. Nos duele en el alma contemplar una figura ante la que muchos rezamos e incluso hemos decidido cosas importantes de nuestra vida.
Tenemos que dejarnos ganar por los únicos sentimientos posibles en el corazón de un discípulo del Crucificado. Aquellos que se compendian en la súplica que Jesús dirige al Padre desde la cruz: “Padre: perdónalos. No saben lo que hacen” (Lc 23, 24).
Esos sentimientos se viven concretamente en el amor que se ofrece, que expía, perdona y busca el corazón herido del otro para sanarlo y regalarle resurrección.
El jesuita Jorge Costadoat acaba de tuitear, reflejando lo que se vive hoy en la querida nación hermana: “En la Comunidad Enrique Alvear a la que pertenezco realizamos anoche un Conversatorio despues de la misa. Experimenté una molestia conmigo mismo por no terminar de entender lo que ocurre. Oír a los pobladores descoloca, desbarata las propias ideas, enseña. Pauperibus magisterium.”
Solo quiero apuntar aquí esta otra actitud que destaca Costadoat: ponerse a la escucha. Oír a los pobres. Escuchar, de corazón, a quienes viven en medio de la incertidumbre y, como María, hacer lugar en el corazón a lo que viven.
Al menos, en la Iglesia del Verbo encarnado, donde la Palabra de Dios y la palabra de los hermanos cuenta mucho, esta actitud de escucha es punto de partida de todo.
Aquí, en Argentina, tan habladores como somos y especialistas en todo, necesitamos mejorar nuestra cultura de convivencia con más espacios de escucha honesta y despojada, en la medida de lo posible, de todo preconcepto.
El proceso electoral que acabamos de vivir, extenso y extenuante, ha tenido la virtud de canalizar descontentos con los medios que una siempre imperfecta democracia pone a disposición de los ciudadanos: el voto que decide quién gobierna, quién controla y quién legisla.
Democracia imperfecta como lo somos los ciudadanos. Es el modo de vivir la libertad que nunca conquista los valores de una vez y para siempre, sino que ha de elegir, cada día, el bien posible, lo que es justo y, de esa manera, edificar el bien común.
Pero, todo esto que vivimos, nos exige a los dirigentes menos verborragia, más humildad y mejor disposición para el diálogo abierto con todos.
Una exigencia de humildad particularmente vinculante para nuestra Iglesia. O, mejor: para quienes somos sus pastores.
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