«La Voz de San Justo», domingo 10 de noviembre de 2019
«Se le acercaron algunos saduceos, que niegan la resurrección…» (Lc 20, 27).
A Jesús le va mejor en la casa de Zaqueo que en el Templo de Jerusalén.
El Evangelio que escuchamos este domingo nos trae una de sus controversias más fuertes, precisamente en el templo y con los saduceos (cf. Lc 20, 27-38).
Se trata de un pequeño grupo que se ha adueñado del templo de Jerusalén. Usan la religión para afirmar su poder sobre el pueblo, por quien sienten un profundo desprecio.
Son materialistas. Solo creen en lo que se puede ver, calcular y acumular. Su idea de Dios es pobre y deformada. En realidad, podemos conjeturar que jamás han tenido una experiencia religiosa profunda. Seguramente recitan muchas oraciones, pero nunca se han sentido sobrecogidos por el misterio del Dios de Israel, tan santo y trascendente como cercano y compañero de camino del creyente.

Es posible que jamás hayan vibrado con las palabras del salmo: «Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza» (Salmo 23, 4).
Por eso se han sentido amenazados por Jesús y cómo transmite, con palabras y gestos, su experiencia de Dios.
Dios no es solo bueno. Es compasivo y busca al que anda perdido. De lejos reconoce la falsedad e hipocresía. No lo engañan las apariencias de una religiosidad externa y superficial.
Es «un Dios de vivientes» y, por eso, sabe reconocer al que, aún en medio de la fragilidad, lo busca con corazón sincero.
A diferencia de Zaqueo que se acerca a Jesús buscando luz para su vida, los saduceos lo buscan para tenderle una trampa.
Zaqueo ha empezado a vivir lo que Jesús dice a los saduceos: estamos llamados a ser «hijos de la resurrección». Al encontrarse con Jesús ha comenzado a resucitar.
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