17 de julio: memoria de los Mártires riojanos

Mons. Enrique Angelelli (Córdoba, 1923-Punta de los Llanos, 1976), obispo de La Rioja, Argentina, desde 1968, que participó del Concilio Vaticano II, procuró la aplicación de sus disposiciones a través de una intensa renovación eclesial por la renovación de su presbiterio, la vida consagrada y el laicado. Calumniado y perseguido, fue asesinado bajo la dictadura militar de ese país (1976-1983). En esos mismos días y contexto, por su identificación con ese proyecto pastoral eclesial habían sido martirizados Gabriel Longueville (Etables, 1931-Chamical 1976), sacerdote francés fidei donum; Carlos Murias (Córdoba 1945-Chamical 1976), sacerdote franciscano conventual y Wenceslao Pedernera (San Luis 1936-Sañogasta, 1976), trabajador y dirigente rural, esposo y padre de familia.

OFICIO DE LECTURA
SEGUNDA LECTURA

De las homilías de Mons. Enrique Angelelli (Homilía en la fiesta de la Santísima Trinidad, 8 de junio de 1974)


Para que la Vida divina abunde plenamente en el corazón de los pueblos

La Santísima Trinidad: este es el misterio fundamental para el Cristianismo. Es el alma de todo el Evangelio de Cristo y la Vida o Reino de Dios que se revela y se desarrolla en todo el Nuevo Testamento. Es el adorable misterio de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.

La misma Iglesia nace de la Trinidad: del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. La Iglesia es hija de la Trinidad. El cristiano es hijo de la Trinidad. Esta verdad del nacimiento de la Iglesia en la Trinidad es fundamental para comprenderla y comprender su misión en el mundo. Desde aquí comprenderemos mejor toda la obra colosal llevada a cabo por el Concilio Vaticano II. Más aún, toda la creación; todo cuanto nos rodea está marcado y sellado por la presencia de Dios Trinitario. El que tiene alma contemplativa podrá descubrir las huellas de Dios Padre que crea y saca de la nada a la existencia todo cuanto existe. Descubriremos que el Hijo, Jesucristo, es quien reconcilia, redime, salva, libera, lleva a toda la creación a la armonía rota por el pecado del hombre. Es el Espíritu Santo que purifica, reúne lo disperso, santifica, convoca a los hombres a vivir en fraternidad y comunión entre sí para hacer un pueblo nuevo que sea santo, sacerdotal y señor de las cosas. Nos hace verdaderamente el Pueblo de la Trinidad.

Esta presencia viva de la Santísima Trinidad en el corazón del cristiano es el secreto que hace fuerte a los mártires; que le da fuerza a todos los que trabajan por la justicia y el encuentro entre los hombres; es quien le da sabiduría y fortaleza para que los pueblos luchen para ser respetados y considerados como templos vivos de la Trinidad; es aquí donde encuentran sentido la vida de los consagrados que entregan totalmente la vida al servicio de sus hermanos; es aquí donde se mantienen frescos y permanentes los valores eternos escondidos en el corazón del Pueblo.

Qué pobres somos y cómo a veces nos equivocamos, cuando pretendemos juzgar a la Iglesia de la Trinidad con razones puramente humanas o considerarla como simple institución humana. Más allá de lo que los hombres podemos equivocarnos como fruto de la limitación humana o de nuestros pecados personales, sin embargo, nos debe alentar y darnos una serena paz interior el saber con certeza que existe una presencia viva y verdadera del Espíritu Santo que anima y asiste permanentemente a la Iglesia como Cristo la fundó, para que la Vida Trinitaria traída al mundo por Cristo sea cada vez más abundante y plena en el corazón de los pueblos.

Por eso, la Iglesia deberá jugarse hasta el martirio si fuere necesario, en el cumplimiento de su misión, para que los hombres y los pueblos sean siempre templos vivos de Dios y tratados como a tales. Aquí debemos ubicar el gran servicio que presta a la humanidad cuando señala todo aquello que atenta contra la dignidad del hombre y de los pueblos y que no los hace libres y felices sino desgraciados y esclavos. El hombre no ha sido creado, redimido y santificado por la Trinidad para ser esclavo sino libre; para ser feliz y no oprimido; para ser protagonista de su propio destino y no obsecuente. Solamente adorarás a Dios y a Él sólo servirás nos enseña el primer gran mandamiento; con toda tus fuerzas, con tu mente y corazón y el segundo, semejante a éste; esto mismo harás con tu hermano, que es todo hombre.

Responsorio cf. Mt 5, 6.10.12a
R. Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados. * Alégrense y regocíjense porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.
V. Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos pertenece el Reino de los Cielos.
R. Alégrense y regocíjense porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo.


Oración final
Dios todopoderoso y eterno,
que diste a los beatos Enrique Ángel, obispo,
y compañeros, mártires,
la gracia de luchar hasta la muerte
por practicar la justicia;
concede a tu pueblo que
viviendo con esperanza las contrariedades de esta vida
podamos contemplar eternamente tu rostro.
Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo.