Eucaristía de clausura del II Encuentro Regional de Jóvenes

Homilía en la Catedral de San Francisco, domingo 26 de mayo de 2019

“El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; iremos a él y habitaremos en él.” (Jn 14, 23).

Esta es una de las promesas más lindas de Jesús. De ella quisiera hablarles, queridos chicos y chicas.

Hace un par de años, un chico de la catequesis me puso en aprietos con una pregunta. Fue durante una Visita Pastoral. La pregunta era más o menos así: ¿Qué es más importante? ¿Ser cristiano o ser una buena persona?

No recuerdo bien qué contesté. Lo que sí recuerdo es que me quedé muy disconforme conmigo mismo. No había acertado con la respuesta, y me di cuenta al instante. Había que seguir rumiando la cosa.

Meditando esta increíble promesa de Jesús, creo entender un poco más la cuestión.

Claro que es bueno ser buena persona. También, buen cristiano. Pero ¿solo para eso Jesús subió a la cruz y resucitó? ¿Solo para hacer de nosotros «chicos decentes» o mejorar el mundo?

La promesa de Jesús nos lleva a otro terreno. Te saca de esa falsa disyuntiva (o buena persona o buen cristiano) en la que vos o yo seguimos siendo el centro. Te desarma, porque te promete y te da algo insospechado. Te hace volar.

Una de las palabras más hermosas que la fe pone en nuestros labios nos ayuda a entender: es la palabra “gracia”.

Gracia es Dios que se dona totalmente a vos, a mí, al mundo. Se nos da. Te colma con muchos dones y talentos. Es cierto. Pero, sobre todo, te colma con su Presencia. Quiere habitar en vos y que vos vivás y respirés en Él.

Gracia es ese encuentro y esa presencia que transforman todo. Y desde dentro. No cáscara sino vida.

Sos alcanzado por la Persona de Jesús y, por Él, con Él y en Él, te ves sumergido en ese océano de vida y gozo que es el Dios amor, Padre, Hijo y Espíritu Santo.

Es la promesa de Jesús: el Padre y Yo iremos a vos y, por la gracia del Espíritu, habitaremos en vos.

¿Cómo hacer esa experiencia? ¿Por dónde andar? ¿Hacia dónde ir para encontrar ese tesoro y esa perla?

En realidad, estamos hablando de un regalo absolutamente de Dios. Él ama hacer pasar sus regalos por manos humanas. Nos dio a su Hijo a través de una mujer, colmada del Espíritu: María.

Por eso, se me ocurre pensar en tres caminos muy humanos por los que cumple su gran promesa. Tres encuentros para el gran Encuentro.

Ante todo, el encuentro con las heridas de los hermanos. Los apaleados por la vida. Están por todos lados. Tal vez, muy cerca de nosotros. ¿Enuncio algunos? Los que se sienten solos o fracasados. Los que se han dejado ganar por la tristeza y han perdido la esperanza. Los que buscan la belleza de la vida (como todos nosotros), pero no aciertan el camino o se pierden por senderos de muerte. Los que se sienten sucios, impuros o indignos, discriminados o descartados. A veces, esconden ese sentimiento detrás de una coraza de prepotencia, rebeldía o rabia. Pero, hay que saber mirar los corazones. Ahí, en esos hermanas y hermanos, nos espera Jesús.

Otro camino de encuentro, esta vez luminoso y fascinante, es la vida de los santos: hombres y mujeres sencillos y normales, que, como nosotros, tienen que caminar la vida, la fe y la paciencia. Y caminan porque están enamorados de Jesús y su Evangelio. ¡Se dan cuenta cuánta santidad hay en las comunidades cristianas a las que pertenecemos! Córdoba es privilegiada en testigos de santidad: Brochero, Madre Tránsito, Catalina Rodríguez, el obispo Angelelli y sus compañeros mártires, Sor Leonor, etc.

Aquí no puedo dejar de, al menos, mencionar a nuestro patrono: Francisco de Asís. Y, junto a él, a la inmensa Clara. El panel central del Presbiterio de la catedral es una obra de arte. Es muy bello. Da en la tecla con el secreto más hermoso de Francisco: Jesús, el Crucificado. Francisco y Jesús, en un punto, son una sola cosa. La tradición ha llamado a Francisco de Asís: la más perfecta imagen de Jesús. Francisco y Clara, jovencitos y, desde entonces, enamorados de Jesús, de su Evangelio.

La vida de los santos nos muestra de lo que es capaz de hacer ese encuentro de gracia. Lo que significa que Dios viene a morar, a vivir en un hijo o hija suyo.

El tercer camino de encuentro del que quisiera hablarles está, tal vez, más al alcance de la mano. Es la oración. Eso que Jesús promete, se verifica principalmente cuando entramos en ese territorio fascinante, inmenso y siempre inexplorado que es la oración que nos lleva ante el Rostro de Dios.

Cuando yo tenía trece años, un misionero santo -el Padre Tarsicio Rubin- puso en mis manos la Biblia y el Libro de los Salmos. No es que entonces aprendiera a rezar. Eso se lo debo a mis padres. Pero aprender a responder a la Palabra de Dios con las palabras que Dios mismo inspira para rezar sigue siendo mi experiencia orante más honda.

Y sueño con que ustedes, chicos y chicas, puedan aventurarse en ese encuentro con Jesús y, de su mano de Hijo y Hermano, y con la potencia de su Espíritu, se dejen bendecir por el Rostro del Padre.

Un ateo le pidió una vez a Santa Bernardita que imitara la sonrisa de María. Bernardita lo hizo, y aquel hombre nunca pudo olvidar la sonrisa de María en la sonrisa de Bernardita. Eso nos pasa cuando nos dejamos encontrar por los ojos de Jesús en la oración. Lo hemos vivido intensamente anoche. Sin que te des cuenta vas a reflejar en tu mirada su Mirada de Resucitado. Y otros lo van a agradecer, pues sus vidas quedarán también iluminadas. Seguramente lo han experimentado muchos, ayer por la tarde, en la experiencia misionera compartida.

Las palabras de María que es nuestro lema (“¡Hágase en mí!”) son precisamente su respuesta de fe a la Palabra de Dios recibida. Él la miró, y María dejó entrar esa mirada en su vida. Orando aprendió a escuchar, a vivir y a entregarse.

Es la gracia que pido al Señor para ustedes. Una gracia de encuentro y morada que -¡gracias a la sabiduría de nuestro buen Dios!- acontece en familia, en comunidad, en Iglesia.

Como lo hemos experimentado estos días compartidos. Una gracia que San Francisco no olvidará.

Amén.