
Empezando por nosotros los católicos, nadie en Argentina, ante los enormes desafíos que tenemos y los desaguisados que supimos conseguir, puede sentirse puro, santo, incontaminado, sin algún grado de responsabilidad.
¿Nosotros? ¡Ah no! ¡Si lo hemos hecho bien! Pertenecemos a ese sector privilegiado de la humanidad que no tiene nada de que arrepentirse. Son los otros, los de antes o los de ahora, los que han echado a perder el hermoso jardín que nosotros hemos plantado.
Digámoslo en cristiano: nos falta conversión y penitencia.
Digámoslo ahora en lenguaje secular y civil: nos falta autocrítica y humildad republicana.
Forma parte de la dinámica de toda sociedad plural y democrática que se active la pirotecnia verbal en tiempos electorales. Es parte del folclore electoral.
Pero, en un punto, puede volverse insoportable si solo consiste en lanzarse piedras a la cara y no va más allá, al territorio de las ideas, de los proyectos, de las construcciones consensuadas.
Pero, somos pacientes.
No se puede crecer en cultura democrática sin paciencia. Para seguir abriendo espacios de libertad tenemos que necesariamente pagar precios. Uno de ellos es caminar la paciencia frente a nosotros mismos, nuestros yerros, nuestros aprendizajes. También la estupidez propia que es compañera inseparable de todo ser humano. Al menos es mi caso.
Pero no solo paciencia. Hay que amar la tierra que nos cobija, su historia, su presente doloroso y su futuro incierto. Hay que amar a la Patria.
Como la amaron Brochero y Angelelli (traigo agua para mi molino).
¡Viva la Patria!
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