María

«La Voz de San Justo», domingo 12 de mayo de 2019

Estoy en Roma, junto a los obispos de Córdoba, Cuyo, Patagonia y el Noroeste para nuestra Visita al obispo de Roma, el Papa Francisco y sus colaboradores.

Esto me impide estar en dos fiestas marianas muy significativas para la diócesis de San Francisco: este lunes 13 de mayo, la fiesta patronal diocesana en honor a la Virgen de Fátima. Y, el domingo 19, la gran peregrinación a Colonia Vignaud, celebrando a María Auxiliadora.

¿Qué significa María para un cristiano, para la misma Iglesia?

En mi caso, la figura de María me acompaña desde que tengo memoria. Aprendí a rezar con el “Bendita sea tu pureza…”. María es presencia, compañía y, con el paso del tiempo y la madurez de la vida, un estímulo para caminar.

Es la experiencia que comparto con tantos que, como en Vignaud o Villa Concepción, se acercan con devoción a los santuarios marianos de todo el mundo. Experiencia que se repite en cada ermita, capilla o Iglesia; delante de una imagen de la Virgen, ante un icono o, sencillamente, tomando el Rosario en las manos.

En estos últimos tiempos, por diversas razones que nos es necesario explicar aquí, la experiencia cristiana de María se puede expresar en tres palabras: mujer, discípula y hermana. Las tres de hondo calado humano, a la vez que evangélico, espiritual e incluso teológico.

Es lo que ha pasado con la figura del mismo Jesús: volver a los relatos evangélicos y redescubrir a través de ellos la espesura humana del Señor. No se niega su condición divina, sino que se la contempla con mayor hondura al verla en lo concreto de esa humanísima humanidad. Solo Dios podía llegar a ser tan humano, al decir de un pensador cristiano.

Lo mismo sucede con su madre. Mujer en la más alta y lograda realización del genio femenino. Libre, intrépida, inquieta y fuerte. Tan capaz de silencio para rumiar la vida, como de osadía para intervenir cuando hace falta, se lo pidan o no. Hermana, porque de nuestra misma madera. Y discípula, pues ni una de las extraordinarias gracias que ha recibido le ha ahorrado caminar la fe, la paciencia y la entrega de sí misma.

La misma comunidad cristiana, a la vez que invoca a María como madre, la contempla como signo y estímulo para vivir a fondo el Evangelio, en las condiciones y circunstancias que la Providencia nos depara. Sin nostalgias ni miedos, sino con confianza y desbordante alegría.

Y, también así, llevar a todos el anuncio de Cristo.