Discípulos

«La Voz de San Justo», domingo 5 de mayo de 2019

“El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: 《¡Es el Señor!》” (Jn 21).

Es usual reconocer, en el “discípulo amado”, al apóstol Juan, y en éste al autor del evangelio que lleva su nombre. Lo más plausible es que, bajo esta denominación, el cuarto evangelio nos ofrezca una figura abierta a través de la cual entrever a la comunidad en la que nació este relato.

Si leemos cuidadosamente el relato evangélico de este domingo (cf. Jn 21, 1-19), podremos escuchar la voz de aquellos primeros discípulos que, a nosotros, nos dicen: “¡Es el Señor!”.

Los evangelios no nos hablan de Jesús con aséptica frialdad. Nos cuentan lo que dijo e hizo, pero inseparablemente son un testimonio de la fe de esos hombres y mujeres. Para ellos, Jesús es mucho más que un personaje sobre el cual informar. Es Aquel a quien le han confiado sus vidas. En algunos casos, hasta el derramamiento de la sangre. Por eso, confiesan lo que Jesús significa para ellos, dejándonos abierta la puerta para que su luz ilumine también nuestra vida.

El pasado sábado 27 de abril, fueron beatificados en La Rioja, los primeros mártires argentinos: el obispo Enrique Angelelli, los padre Carlos Murias y Gabriel Longevielle, junto con el laico Wenceslao Pedernera.

Mártir significa precisamente: “testigo”. Contemplamos sus vidas y su martirio y, de esa forma, volvemos a escuchar al discípulo amado decirnos: “¡Es el Señor!”.

Dice el evangelio que, al oír esta confesión de fe, Simón Pedro, sin pensarlo demasiado y sin nada encima, se arrojó al agua. Fue en busca de Jesús resucitado. Magnífica y gráfica descripción de la experiencia cristiana.

El «discípulo amado» sigue señalando a Jesús. Siempre hay quien, como Pedro se arroje desnudo al mar, sin importarle demasiado el qué dirán.