José es sueño de Dios

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Mientras pensaba en esto, el Ángel del Señor se le apareció en sueños…» (Mt 1,20).

Homilía en la Solemnidad de San José – 19 de marzo de 2019 – Parroquia «San José» de Devoto.

“Al despertar, José hizo lo que el Ángel del Señor le había ordenado” (Mt 1,24).

En este Año Misionero Diocesano, sin temor a equivocarnos, podemos decir: “Con vos, José, misioneros del Evangelio”.

Misioneros con José.

Misioneros como José.

Empecemos despejando un malentendido: misión no es hacer mucho. Una parroquia misionera, por ejemplo, no lo es porque tenga muchas actividades, frenéticas y expansivas.

Misión no es hacer mucho, sino lo que hay que hacer.

En cristiano: hacer lo que Dios sueña de nosotros.

Dios nos sueña. Y lo hace constantemente. Si dejara de hacerlo, sencillamente desapareceríamos. Somos el sueño de Dios.

De ese sueño de amor surgimos continuamente a la vida.

Sueña con nuestro rostro, con nuestra libertad y con ese lugar único, original e intransferible que quiere que ocupemos en su designio de salvación para el mundo.

El Dios creador y providente, que ha soñado la tierra y todo lo que la habita, como dicen los salmos, ha soñado compartir con nosotros la experiencia maravillosa de dar vida y de cuidar la vida y nuestra casa común.

Es el Dios salvador que ha mostrado su rostro de buen samaritano en su Hijo amado, Jesucristo.

Contemplando los peligros que se ciernen sobre su creación, especialmente sobre su criatura más amada, el ser humano, ha realizado su sueño de restaurar la humanidad herida.

Ha soñado así su sueño más hermoso: que su Hijo que es también su más perfecta Imagen y su mismo Verbo, por obra del Espíritu, tomara carne y sangre de María y, puesto bajo el cuidado de José artesano, aprendiera a caminar la condición humana.

Así, Jesús, primero aprendió a ser hijo de María y José, a ser hermano de sus compañeros de camino y, finalmente, a ser pastor y redentor de toda la humanidad.

Este es el Dios salvador que quiere que también cada uno de nosotros tome parte en la experiencia de curar la creación herida, levantar con delicadeza al caído y acompañarlo en su camino de curación.

De ahí nacen todas las vocaciones en la familia de su Hijo. Ese es el manantial del que brotan todas las vocaciones misioneras en la Iglesia.

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Vos y yo somos misión.

La Iglesia es misionera porque ella misma, en su misterio más profundo y hermoso, es misión.

Uno de los aciertos más lindos de Aparecida ha sido este modo de identificarnos: somos “discípulos misioneros de Jesús”.

Discípulo de Jesús y su Evangelio, yo mismo soy vocación y soy misión.

Miremos a José y contemplemos cómo él ha vivido su identidad misionera.

Ante todo, ha buscado reconocer en su vida concreta el designio de Dios. Y -como enseñará Jesús- el que busca encuentra.

Ha sido una búsqueda ardua y, por momentos, crucificante: José creyó que Dios quería despojarlo del amor de María y, por eso, resolvió dejarla libre para que ella viviera a fondo su vocación y misión. Decisión tan dolorosa como meditada y rezada delante de Dios.

Creyó que Dios quería despojarlo y se dispuso activamente para ese despojo interior, doloroso, pero, según su entender, necesario para ser fiel al plan de Dios.

Pero los caminos de Dios son siempre sorprendentes.

El sueño de Dios para José era otro. Y se lo hizo saber, también en medio del sueño. Allí recibió la palabra que le marcaba el camino: tenía que hacerse cargo de María y del Niño que ella llevaba en el vientre, concebido por obra del Espíritu.

Ese era el sueño de Dios para él. Esa era su misión. Y debía vivirla en el silencio contemplativo del que va haciéndose cargo del Misterio de Dios, lo cuida y le abre espacio en su vida, para que pueda, un día, iluminar a toda la humanidad.

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¿He podido conocer el sueño de Dios para mí? ¿El sueño de Dios que soy yo mismo? ¿Puedo decir que sé, por experiencia antes que, por mera información, cuál es mi misión, mi lugar en el mundo?

Volvamos a la escena evangélica: ¿cuándo José sintoniza con el sueño de Dios para él? Cuando él mismo se sumerge en el sueño. Esta es una indicación preciosa: aquí el sueño es símbolo de la oración cristiana.

Si querés conectar con el sueño de Dios para vos, animate a transitar el camino de la oración que te sumerge en el Plan de Dios.

De todos los desafíos que hoy tiene delante de sí esta Iglesia que soñamos misionera, el de ser casa y escuela de la oración se me presenta como uno de los más ambiciosos, fecundos y de largo alcance.

Sueño con un Iglesia misionera que, como José, se sumerge en la vida y en el alma de los hermanos, les enseña a escuchar los sueños de Dios, a dejarse iluminar por la Palabra, a orar y a adorar.

Quien experimenta este misterio de luz queda iluminado. Su vida se hace más bella, más profunda, más verdadera y, por eso, más bienaventurada.

La Iglesia es misión.

Vos y yo somos misión.

Con José y con María, vivamos a fondo nuestra vocación de misioneros de la Buena Noticia de Jesús para el mundo.

Amén.