«La Voz de San Justo», domingo 17 de febrero de 2019
Lourdes, Fátima, San Nicolás, Luján, etc. Todo muy lindo, pero la Virgen es una sola.
Así solemos razonar los curas. Y está bien. Es una verdad teológica de claridad diamantina.
Pero… Siempre hay un “pero”.
Llega el 11 de febrero, y la devoción a la Virgen de Lourdes se lleva puesto todo. Llueva o truene, haga calor o frío.
Hay algo en Lourdes que atrae, convence y seduce.
Obviamente se pueden dar muchas explicaciones, tanto sociológicas como teológicas. Las hay muy certeras y buenas. También necesarias para comprender nuestra propia humanidad: cómo funcionamos y, sobre todo, cómo somos los seres humanos.
Pero… Siempre un “pero”.
La razón última, me permito decirlo, tiene que ver con eso que llamamos la Providencia de Dios. O, si queremos, con la picardía de Dios, que es más sabia y certera que todas las sabidurías humanas, parafraseando a San Pablo.
En Lourdes, Dios toca los corazones. Y lo hace a través de esa “hermosa señora” como la describió Bernardita antes de saber que era “la Inmaculada Concepción”.
Allí, en Lourdes, junto al río Gave, en un delicioso y humilde pueblo de los Pirineos, Dios se ha mostrado con rostro de Evangelio. Una vez más. Y los pobres, los heridos, los buscadores lo han comprendido. Algunos, de inmediato. Otros, al cabo de un largo y fatigoso camino de búsqueda.
Lourdes es el agua cristalina que, a la vez, nos habla del Bautismo y también de la vida. Es agua que cura. En ocasiones, el cuerpo enfermo. Las más de las veces, la curación más difícil: el corazón herido por el desencanto.
Lourdes es, así, atención amorosa y gratuita al que sufre. Repito: algunos -los menos- reciben la curación física. Los más: aprenden a curar el corazón haciéndose cargo de sus hermanos heridos.
Lourdes es también el Rosario, el Evangelio al alcance de las manos, los labios y los dedos. Bernardita nos cuenta que, la primera vez que ve a la Señora, solo puede rezar el Rosario cuando ésta la acompaña. Mientras la joven reza, la Señora, sin mover los labios, pero con una sonrisa, repasa las cuentas de su propio Rosario. Me gusta pensar que, cuando rezo mi Rosario, vuelve a pasar eso.
Lourdes es también penitencia. Sí, a veces los gestos penitenciales extraordinarios: un ayuno, alguna otra privación. Pero, sobre todo, es aprender a sobrellevar con paciencia las adversidades de la vida, ayudando a cargar la cruz a nuestros hermanos. Es decir: seguir a Cristo por el camino de la humildad que, las más de las veces, aparece como humillación.
¿Por qué Lourdes toca así los corazones? Solo Dios lo sabe. Lo sabe y sonríe, porque así es el amor: sorpresa, gratuidad y, sobre todo, entrega sin reservas y sin pedir nada a cambio.
El lunes, después de la procesión y Misa en la Iglesia de “La Milka”, conversando con algunos vecinos, estos comentaban también divertidos: “el año próximo le vamos a pedir a la Virgen que, por fin,“La Milka” tenga cloacas”.
Del cielo a la tierra (y más abajo también), sin escalas. Eso también es Lourdes.