Creyentes sedientos de paz

«La Voz de San Justo», domingo 10 de febrero de 2019

“La fe lleva al creyente a ver en el otro a un hermano que debe sostener y amar. Por la fe en Dios, que ha creado el universo, las criaturas y todos los seres humanos -iguales por su misericordia-, el creyente está llamado a expresar esta fraternidad humana, protegiendo la creación y todo el universo y ayudando a todas las personas, especialmente las más necesitadas y pobres”.

Así comienza la Declaración “La fraternidad humana por la paz mundial y la convivencia común”, firmada días pasado por el Papa Francisco y el Gran Imán de Al-Azhar, Ahmad Al-Tayyeb.

Al llegar a los Emiratos Árabes Unidos, Francisco se había presentado a sí mismo como un “creyente sediento de paz”. Iba tras las huellas de su homónimo de Asís que, ochocientos años antes, hacía un recorrido parecido para encontrarse con el Sultán Melek-el-Kamel en El Cairo.

No nos perdamos en evocaciones históricas o nombres. Vamos al hueso de la cuestión, porque nos toca a todos. Obviamente, de manera particularmente incisiva a los creyentes.

Un cuestionamiento recurrente a las religiones monoteístas es que, desde el núcleo de su fe, son fuente de violencia, intolerancia y autoritarismo. De ahí la relevancia de que estos dos importantes líderes religiosos señalen con claridad que “las religiones no incitan nunca a la guerra y no instan a sentimientos de odio, hostilidad, extremismo, ni invitan a la violencia o al derramamiento de sangre”.

Es más, con firmeza han condenado toda forma de violencia por motivos religiosos como blasfemia contra el Nombre de Dios.

Mucho más decisivo es que hayan puesto la misericordia y la compasión en el centro de la comprensión que, tanto el cristianismo como el islam, tienen de Dios.

Una genuina experiencia religiosa tiene aquí su piedra de toque, su criterio último de autenticidad: el encuentro con el Compasivo y Misericordioso solo puede despertar sentimientos similares en los creyentes.

Se puede decir de una sola vez: la fe en un Dios que es Padre de todos solo puede ser vivida como fraternidad. Todo hombre o mujer es mi hermano, pero especialmente el pobre, el vulnerable, el desprotegido y abandonado.

Esta es la verdadera fuerza humanizante de toda genuina religión.