Noche de Reyes


“¿Dónde está el rey de los judíos que acaba de nacer? Porque vimos su estrella en Oriente y hemos venido a adorarlo” (Mt 2,2)

¿Qué te trajeron los Reyes? No puedo dejar de evocar la ansiedad que impedía dormir esa noche de espera. Y la magia de la mañana siguiente de regalos y sueños cumplidos, también de decepciones y algunas envidias. No sé por qué, pero, en mis recuerdos de niño, las mañanas de Reyes son siempre luminosas.

Estoy agradecido por aquellos años y cómo los Reyes estimularon la capacidad de expectativa que es innata al ser humano, que es casi la esencia de la niñez y que es la base sobre la que se asienta la esperanza cristiana.

El relato evangélico no habla de Reyes, sino de sabios de oriente, guiados por una estrella hasta el encuentro con un recién nacido, el asombro de sus padres al ver a esos extraños señores depositar regalos ante el Niño.

Sus regalos son presentes que homenajean al Niño y, en buena medida, son signo de una profunda gratitud: la estrella fue su guía que los llevó hacia la Luz que ilumina todo, Jesús, el Verbo de Dios humanizado. Son sabios en la misma medida en que son buscadores de la luz.

La gratitud comienza a despertar en sus corazones cuando descubren que la luz los ha encontrado a ello, que ese encuentro no es fruto de su esfuerzo, sino la gracia que ha puesto en marcha toda búsqueda de sus vidas. Y, de esa intensa mixtura de sentimientos, emociones y vivencias, nace el humanísimo gesto de la adoración.

La tradición de regalar a nuestros niños en Reyes evoca algo de esto. A pesar de todo, siguen viniendo niños al mundo, por eso, sigue siendo urgente buscar luz para disipar tanta tiniebla. Más por ellos que por nosotros.

Esa luz, para los cristianos, tiene un Rostro radiante: el del Resucitado. Y vive en cada chico que viene a este mundo. Y resplandece con mayor fuerza si mayor es también la fragilidad y vulnerabilidad.

Cada chico es una luz que merece ser agradecida.