Soñando Argentina

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¿Nos atrevemos a soñar la Argentina de este 2019 que estamos a punto de iniciar? ¿Cómo la imagino y sueño yo?

En realidad, no sueño con una Argentina muy distinta de la que hoy tenemos.

Me explico. Claro que hay muchas cosas por superar: el deterioro espiritual y social que no logramos detener, la corrupción estructural que está a la base de la pobreza que golpea a una tercera parte de nuestro pueblo, especialmente a los niños. Nos duelen los rostros de la pobreza, pero no terminamos de decidirnos a enfrentar la enfermedad de la corrupción.

Lo que no puedo imaginarme es una Argentina sin nosotros, los argentinos reales que hoy transitamos sus caminos. Y pienso en todos, no solo en los que ven, sienten y creen como yo. Los de mi palo.

No puedo soñar una Argentina con gente que se quede afuera. Claro que algunas opiniones o puntos de vista me incomodan. Algunas también me enojan. Pero ¿es esto razón suficiente para excluir? Me resisto a pensar así, y si, por alguna razón esos sentimientos me invaden, trato de que no se apoderen de mí. Menos aún de mis decisiones o palabras.

Sueño con una Argentina en la que se discutan a fondo las ideas, los proyectos de país y los valores. Acaloradamente y con pasión. También sacándonos chispas. Pero que esa discusión no cruce la frontera del ataque descalificador del otro, buscando su exclusión o – peor aún – su eliminación.

Si, por un instante, dejáramos de colgarnos las etiquetas infamantes que solemos emplear para negarnos subjetividad: ¡Gorila! ¡Choriplanero! ¡Feminazi! ¡Antiderechos! (Y podría seguir un largo etc). Si dejáramos entrar en nuestro espacio lo que el otro siente y vive, pienso que lograríamos afianzar una de las virtudes fundamentales de la convivencia ciudadana: la reciprocidad.

¿Qué significa? Aquello que, con diversas formulaciones, encontramos en todas las grandes religiones y sistemas morales. Suena así: “Tratá a los demás como querés que los demás te traten a vos”. Eso es reciprocidad: estar dispuesto a dar al otro lo que pido para mí mismo.

Claro, todo esto supone una condición que puede resultar difícil: humildad. Sin embargo, si lográramos aprender de nuestros errores (los pasados y los actuales), tal vez, podríamos reconocer que, hoy por hoy, no hay mesías providenciales que tengan la llave del futuro. Aprenderíamos humildad. Solo una humildad compartida le da la mano a una verdadera reciprocidad.

Este sueño es potente. Al menos, para mí, como ciudadano, cristiano y obispo, me compromete en lo más profundo. A él quiero dedicarle mis energías en este año que estamos a punto de estrenar.

Este es mi sueño. Al compartirlo, deja ya de ser solo mío. Lo he puesto en las manos y el corazón de quien quiera escucharlo y hacerlo suyo.

¡Bendecido año 2019!