Jesús sigue multiplicando el pan

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“Los ojos de todos esperan en ti, y Tú les das la comida a su tiempo; abres tu mano y colmas de favores a todos los vivientes” (Salmo 144,15-16).

Las manos de Jesús multiplican el pan. Lo escuchamos este domingo, iniciando la lectura del capítulo 6 de San Juan. Lo primero en que pensé, meditando el evangelio fue: “Esto pasa hoy. Jesús sigue haciendo este milagro. No suplicamos en vano: «Padre… danos hoy nuestro pan de cada día». Las manos de Jesús siguen prodigando el pan de la vida”.

Durante los próximos cuatro fines de semana vamos a escuchar sus palabras desentrañando el sentido profundo de ese signo luminoso: con poco más que unos peces y algunos panes que un niño pone a disposición, Jesús da de comer a una multitud. Lo hace después de elevar sus ojos al cielo y, así, abrir la tierra a la mirada benevolente de su Padre.

Ese pan que se ofrece a todos es mucho más que pan. Es Él mismo, su vida, su entrega de amor. Es, además, la Eucaristía que, semana tras semana, nos convoca y, como una provocativa paradoja, despierta más que calma el hambre y la sed.

Jesús sigue multiplicando el pan. Y lo hace, despertando el hambre de justicia. Toca los corazones. Despierta humanidad. Su Espíritu genera buenos samaritanos. Y, así, el pan de la vida empieza a saciar el hambre del mundo.

Esta semana, visitando algunas obras de Cáritas, se me ocurrió preguntar cómo se pone en marcha el “Hogar de Cristo”. Se trata de una iniciativa para acompañar a personas con adicciones. La respuesta que recibí fue diáfana: señalándome el lugar que nos acogía, la mesa alrededor de la cual estábamos sentados y el alimento que compartíamos, me respondieron: “Así, abriendo este espacio para que se acerquen los que lo necesitan… La vida se recibe como viene”.

Vuelvo al texto del evangelio. La liturgia omite inexplicablemente los versículos 16 al 21: con su sola presencia, Jesús calma la tempestad que amenaza hacer zozobrar la barca de los discípulos. “Soy yo, no teman”, les dice (Jn 6,20).

Si Jesús está, el pan se multiplica, la vida encuentra espacio y renace la esperanza. Sin él, la oscuridad abre la puerta a la tempestad.

Creo que puedo decir que, esta semana, pude participar de la multiplicación de los panes y los peces. Con los ojos de la fe, pude ver a Jesús hacerlo de nuevo.

Vi también el rostro iluminado de los que se saciaron y, por esa experiencia, se han hecho las manos milagrosas del Señor para sus hermanos.