De dos en dos y libres, muy libres

de-dos-en-dos1«La Voz de San Justo», domingo 15 de julio de 2018

La primera vez que leí la frase: “Una Iglesia libre en un Estado libre”, fue en una de las tantas entrevistas que le hicieran al entonces cardenal Joseph Ratzinger. Reflexionaba, si mal no recuerdo, sobre la presencia de la Iglesia en las modernas sociedades secularizadas y el principio de laicidad que regula los vínculos entre religión y política.

A mí me gusta hacerle un añadido personal: “una Iglesia libre, en un Estado libre, en una sociedad de hombres y mujeres libres”.

En el fragor del actual debate por la legalización del aborto, han vuelto a sonar voces que reclaman la separación de la Iglesia del Estado en Argentina. También las apelaciones al carácter laico del Estado y de cómo el Congreso no puede legislar en base a “creencias religiosas”.

Hay aquí mucha tela para cortar. Argentina, por ejemplo, no es un país confesional. No tiene una religión oficial, sino que promueve la libertad religiosa. La Constitución la reconoce como un bien público a tutelar. Estado e Iglesia son autónomos, aunque colaboran en varios frentes: educativo, social, cultural, etc. Aunque no todo es tan lineal: por diversas razones, los vínculos entre la Iglesia católica y el Estado son mucho más fluidos que con las otras religiones. En la medida en que crecen la secularización y el pluralismo religioso, se plantean aquí varios conflictos.

Soy de la opinión de que hay que seguir avanzando en la dirección del axioma arriba citado: “una Iglesia libre, en un Estado libre, en una sociedad de ciudadanos libres”. ¿Qué significa esto? No pretendo en estas breves líneas identificar los espacios que necesitan crecer en esa preciosa libertad. Quedará para otra ocasión. Inspirado por el evangelio de este domingo (cf. Mc 6,7-13), solo me gustaría señalar por dónde deberíamos transitar los católicos para vivir, a fondo y con responsabilidad, nuestra doble condición de miembros de la Iglesia y ciudadanos de nuestra república.

Jesús nos vuelve a invitar a asumir su propia forma de vida: profeta itinerante y siempre en camino; despojado de seguridades incómodas, con la única seguridad que realmente vale la pena: la que nace de saberse en las manos del Padre y cercano, sobre todo, a los más pobres y abandonados. Es una invitación a caminar, en fraternidad, con una creciente libertad que nos hace disponibles para entregar la vida en el servicio a todos.

Así como resulta incomprensible la historia de nuestro país sin el fecundo aporte del humanismo cristiano de la tradición católica, así tampoco podemos pensar que ese aporte sea algo estático y fijo. Supone una Iglesia también en camino, que busca, en cada tiempo, ser fiel al Evangelio.

Argentina necesita una Iglesia realmente libre, con una vigorosa presencia en el espacio público, sobre todo, a través de católicos que saben dar razón de su fe con claridad y exquisito respeto por los demás, especialmente si más alejados o distantes. Es decir, una Iglesia que, como lo muestra su bimilenaria tradición, es capaz de articular una palabra comprensible y amable; que edifica, también cuando pone en tela de juicio la mentalidad dominante. Por eso, una Iglesia de voz franca, nítida y directa, que echa mano de la palabra (escrita, dicha o gestual) para tender puentes y acercar corazones, no para ahondar grietas con oscuras estrategias. Una Iglesia que, mucho más en la variopinta sociedad plural, se muestra respetuosa de la libertad responsable de quienes intentan construir, cada día y con decisiones personales intransferibles, el mejor orden justo posible.

Una Iglesia, en fin, actualizada, que no tiene miedo de circular con el Evangelio por las redes, pero que tampoco teme ser calificada de anacrónica cuando dice verdades incómodas, particularmente urgentes, como ocurre hoy con el debate del aborto. El único “aggiornamento” genuino que conoce la Iglesia es el que la hace más fiel al Espíritu de Jesucristo y, por eso, más crítica con el espíritu del tiempo.

Sigo rumiando entonces eso de “una Iglesia libre, en un Estado libre, en una sociedad de hombres y mujeres libres”. Sí. Hay mucha tela para seguir cortando, pero, como dice el Evangelio: de dos en dos y con gran libertad interior.