Tú sígueme

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Jesús salva a Pedro (Mt 14,22-33)

Según narra el cuarto evangelio, las últimas palabras que Pedro escucha de Jesús resucitado son: “Tú sígueme” (cf. Jn 21,22). Fueron también las primeras. Según San Marcos, los dos hermanos pescadores, Simón y Andrés, recibieron de Jesús una llamada perentoria: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”. Y anota el evangelista: “Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron” (Mc 1,17-18).

Simón Pedro es y permanecerá para siempre seguidor y discípulo, un caminante que va detrás de Jesús, apurando el paso, de tanto en tanto, para darle alcance. Ese camino ha sido fascinante, pero también tortuoso y, por momentos, muy difícil. No hay que olvidar una escena evangélica fuerte: estamos en medio de la pasión, Simón acaba de negarlo por tercera vez y su rostro se cruza con la mirada de Jesús: “El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: «Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces». Y saliendo afuera, lloró amargamente” (Lc 22,61-62).

Este 29 de junio, celebrando la fiesta de los apóstoles Pedro y Pablo, los católicos nos hemos acordado del sucesor del apóstol, el obispo de Roma: el Papa Francisco. Hemos rezado por él, por su persona y su ministerio. Su misión es ejercer, en la Iglesia, el “munus petrinum”. Se suele traducir esta expresión latina como: “el oficio de Pedro”. Pero, como suele ocurrir con las traducciones, “oficio” no termina de expresar toda la riqueza de la palabra “munus”. Es más, puede incluso dar una imagen errada, pues, entre nosotros, “oficio” suena a oficina, frialdad y formalidad. En cambio: “munus” hace referencia a una misión que se lleva con el corazón y que sella la propia persona y marca así toda la vida.

Esa misión es ser testigo de lo que implica seguir a Jesús resucitado, recorriendo su camino en los múltiples y complejos caminos de nuestro tiempo. Y, al hacer eso, servir a la unidad y comunión de todos los bautizados y de las iglesias esparcidas por el mundo.

Como señalaba San Juan Pablo II: el camino de la Iglesia es el hombre concreto. Nosotros, los discípulos de Jesús miramos hacia Roma, al obispo que se sienta en la cátedra de Pedro y Pablo. Con nuestros ojos ansiosos buscamos que, una vez más, Pedro nos muestre qué significa seguir a Jesús, el Señor, por los caminos que transitan los hombres y mujeres de hoy.

El Papa Francisco vive intensamente este ministerio. Este viernes, concelebrando con los nuevos cardenales y arzobispos, ha dicho con fuerza en su homilía: “No son pocas las veces que sentimos la tentación de ser cristianos manteniendo una prudente distancia de las llagas del Señor. Jesús toca la miseria humana, invitándonos a estar con él y a tocar la carne sufriente de los demás. Confesar la fe con nuestros labios y con nuestro corazón exige —como le exigió a Pedro— identificar los «secreteos» del maligno. Aprender a discernir y descubrir esos cobertizos personales o comunitarios que nos mantienen a distancia del nudo de la tormenta humana; que nos impiden entrar en contacto con la existencia concreta de los otros y nos privan, en definitiva, de conocer la fuerza revolucionaria de la ternura de Dios”.

Pedro sigue yendo detrás de Jesús, con arrojo y pasión. Nosotros caminamos con él y también oramos para que siga cumpliendo su misión.