Un Dios joven

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Dios uno y trino es amor, compasión y ternura

Días pasados, viendo una película norteamericana, me picaron las palabras de una de sus protagonistas: “Somos jóvenes neoyorquinos del siglo XXI. No creemos en Dios ni en nada”. La trama del film versaba sobre chicos y chicas en búsqueda casi desesperada de sí mismos y, de manera especial, de vínculos significativos.

No es cierto que no creyeran en nada. De hecho, esa fuerte afirmación (“No creemos en Dios ni en nada”) se daba en el marco de un diálogo de dos amigos aprendiendo a creer el uno en el otro. La fe, en su núcleo más íntimo, es precisamente eso: arriesgarse al salto mortal de confiar y dejarse llevar por esa confianza.

Y esto le pasa no solo a los jóvenes. Pienso que todos los que navegamos en el mar de este tiempo experimentamos las mismas zozobras y búsquedas. Me doy cuenta de que, en ocasiones, basta que uno solo abra el juego para que inmediatamente los corazones desnuden las inquietudes que nos habitan. Todos estamos amenazados por el abismo de la increencia, pero anhelamos creer y confiarnos.

Ahí, en esas vivencias humanas, está Dios. No cualquier divinidad, sino aquel misterio fascinante que nos ha salido al paso en Jesús de Nazaret, mostrándonos su rostro. Es el Dios uno y trino que estamos celebrando este domingo. Los viejos filósofos decían que pocas cosas son tan frágiles como las relaciones. Basta que uno de los dos términos vinculados se modifique para que la relación se venga abajo. No es así en Dios. Jesús nos ha mostrado, con sus palabras, pero mucho más con su misma vida de hijo y hermano, que Dios es relación, y que esa relación tiene la más sólida consistencia.

Y lo ha mostrado de la forma más cabal, viviendo como hermano de todos, pero especialmente, poniéndose en el espacio que habitan los últimos y ninguneados. Abrazando a los niños, curando a los leprosos, proclamando bienaventurados a los pobres y sufridos, pero, sobre todo, rehaciendo la vida de los pecadores, Jesús le ha dado visibilidad humana al misterio más inefable, aquel que confesamos cuando decimos: Creo en Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo Dios en tres Personas. O, más escuetamente: Dios es amor.

Cuando se publiquen estas líneas estará terminando en Rosario el segundo Encuentro Nacional de Jóvenes. Tiene como lema: “Con Vos renovamos la historia”. Ahí hay una trampa. En ese “con Vos” convergen dos sujetos: Cristo, en primer lugar, pero también cada chico y chica, cada joven. Eso hace Jesús: abre su vida para compartirla con sus hermanos y, así, liberar la fuerza transformadora del amor de Dios. Argentina tiene enorme necesidad de esa vitalidad, de esa energía, a la vez, divina y humana.

¿O no necesitamos, con urgencia, dar vida a otro modo de relacionarnos, de trabajar juntos, de vivir incluso nuestras diferencias?