Cristo convence

WEB_3e Dimanche Paques B_20180415.jpg«La Voz de San Justo», domingo 15 de abril de 2018

En mi estado de Whatsapp he escrito la frase: “Cristo convence”. Pertenece a un importante teólogo católico del siglo pasado: Hans Urs von Balthasar.

Intimida un poco el nombre, ¿no? Lo que no asusta es lo que dice. Todo lo contrario. Va al hueso de la experiencia cristiana. Lo que pone en marcha todo: el encuentro con Jesús resucitado que,  sin violentar conciencia ni libertad, nos conquista con su verdad. Nos convence.

Un rostro nos sale al paso, se nos desvela y, haciendo así, nos provoca. Este verbo – “provocar” – me gusta mucho. Lo uso habitualmente. Tal vez porque pone en palabras mucho de lo que vivo. Me siento, realmente, un hombre provocado, es decir, interpelado por lo que ocurre, lo que no manejo ni programo, lo que me viene de fuera.

Eso es, precisamente, lo que me ocurre con Jesús. Es cierto, su nombre y su enseñanza me acompañan desde niño. Se lo debo a muchos, en primer lugar a mis padres. Pero…

En un momento preciso de mi vida, ese nombre comenzó a desvelar una Presencia discreta, silenciosa pero real y – otra vez- provocativa. No hablo de nada extraordinario, sino de un proceso que puede ser descrito como el crecimiento lento pero firme de todo lo que vive.

El Evangelio de este domingo (Lc 24,35-48) nos habla precisamente de esto: un Viviente que toma la iniciativa de romper el silencio y darse a conocer, que irrumpe en medio de la vida de unos hombres tan concretos como asustados por lo que viven, los provoca con su presencia y los invita a reconocerlo.

Lejos de suscitar un entusiasmo emocional inmediato, el reconocimiento se vuelve lento, fatigoso y difícil. “Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer”, anota el evangelista (Lc 24,41).

Hay un gesto, sin embargo, que parece acelerar el encuentro: para ser reconocido, el Viviente mostrará las cicatrices de su pasión, las huellas que ha dejado en su humanidad el camino que ha recorrido. “Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies” (Lc 24,40). Así se corre el velo e irrumpe la verdad.

Otro gran teólogo del siglo pasado, Karl Rahner, decía que el cristiano del futuro (y pensaba en nosotros) tendrá que ser, casi por necesidad, un místico. No piensa en nada extravagante. Habla de lo que venimos diciendo: un cristiano es un hombre o una mujer que ha tenido la experiencia personal de haber sido alcanzado por Jesús y de haber sido convencido por la elocuencia de sus cicatrices.

Cristo convence porque tiene luz propia. Un cristiano es alguien que ha sido iluminado por ese misterio. Y eso es un místico: alguien que vive desde el misterio de Dios que se le ha mostrado en su Hijo Jesucristo.

Me surge ahora una pregunta. Lo siento también como una provocación. Es esta: en el modo cómo vivimos la fe en nuestras comunidades cristianas, ¿dejamos que brille y se transparente la luminosidad de Cristo?

La Iglesia no posee luz propia. Si intenta brillar por sí misma termina opacando el Evangelio. Solo puede reflejar, como la luna al sol, la luz de Jesucristo.