¡Gracias por ese miedo que grita la resurrección!

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“Ellas salieron corriendo del sepulcro, porque estaban temblando y fuera de sí. Y no dijeron nada a nadie, porque tenían miedo” (Mc 16,8).

Miedo.

La reacción espontánea que despertó el anuncio de la resurrección, en quienes lo oyeron por primera vez – las tres mujeres del evangelio –, fue precisamente eso: miedo.

Y miedo sentido en los cuerpos: salieron temblando y fuera de sí.

Habían ido a cumplir un rito funerario: honrar a un muerto.

No pretendían nada más. Superando el dolor como solo lo saben hacer las mujeres, fueron al encuentro del amigo muerto.

Es lo previsto. Muy valiente, sí, pero lo normal.

No buscaban nada más.

Y, de repente, se encuentran con algo más: la pesada piedra corrida de lugar y la tumba vacía.

Pero, sobre todo, el anuncio desconcertante: ¿Buscan al Crucificado? “Ha resucitado, no está aquí” (Mc 16,6).

A diferencia de nosotros, superficiales y banales, ellas comprendieron rápidamente de qué se trataba ese anuncio.

De ahí, el miedo.

Es que, si realmente el Crucificado ha resucitado, todo cambia, todo se torna demasiado real, serio y provocador.

Hay que tomarlo en serio a Jesús, como Él se tomó en serio al Padre y a su Reino.

En Getsemaní, en medio de su propio miedo, Jesús lo invocó con el nombre entrañable de “Abbá-Papá”.

Y se entregó totalmente, confiando en el poder de Dios su “Abbá”. Se entregó a fondo vacío.

Creer que el Padre “Abbá” ha resucitado a su Hijo, es darse cuenta de que ese poder se nos ofrece a cada uno de nosotros como el suelo firme sobre el que edificar toda la vida.

Y eso, queridos hermanos, nos da mucho miedo.

Preferimos vivir edificando sobre arena, sin mirar el horizonte infinito del mar que nos llama y nos invita a dejarnos llevar mar adentro.

Pero ese es el verdadero poder que lleva adelante la historia.

Lo hemos escuchado en las nueve lecturas de la Escritura que la Iglesia nos hace leer esta noche.

¡A ese poder confiémonos!

Es el poder del amor.

El único que resucita.

Y démosle gracias al miedo de esas mujeres valerosas y honestas. Su miedo grita la resurrección, mejor que nuestra cobarde mediocridad.

¡Muy feliz Pascua de Resurrección para todos!