Un Dios desarmado

«La Voz de San Justo», domingo 25 de marzo de 2018

Se suele decir que la Semana Santa es tiempo de reflexión y meditación: unos días para el espíritu. Estoy de acuerdo, con una condición: que, al menos los cristianos, entendamos bien qué queremos decir cuando hablamos de “espíritu” o de “meditación”.

En realidad, más que para una introspección, este es un tiempo para salir de nosotros mismos.

Es un tiempo para los sentidos: ver, oír, tocar, oler y saborear. Solo si activamos todo nuestro mundo sensorial podemos realmente tener una experiencia de silencio que no sea solo relax, confort o puro placer. Un silencio que sea fecundo.

De lo que se trata es de vivir la actitud más revolucionaria que puede encarnar una persona: la apertura a lo que viene de fuera sin que nosotros lo hayamos programado, a lo que no disponemos ni manipulamos, a lo realmente nuevo y provocador.

¿Qué podemos ver, oír, sentir en Pascua?

A Jesús. ¿A quién si no? No a un mito atemporal, sino a un hombre de carne y hueso, a la pasión que lo habita y que lo lleva a entregar la vida. Y, en él, a un Dios que se entrega a sí mismo, desarmado y sin segundas intenciones. Un Dios que tiene mucho para dar, para decir, para vivir y que, paradójicamente, no se impone, ni grita ni sobreactúa. Solo se entrega.

En medio de tantas palabras, voces y ruidos, este año, una vez más, podremos volver a oír la Palabra definitiva que Dios ha pronunciado sobre el mundo: Jesús, su Hijo, crucificado, muerto y sepultado.

Para muchos pasará desapercibida, sea por solitaria introspección o por dispersión. Pero es una Palabra que ya está metida profundamente en la historia humana y, desde su desarmado silencio, sigue hablando, convirtiendo y provocando. Cuando toma una vida – eso son los santos – se deja oír en todo su esplendor de Verdad.

Te invito a escucharla, en esta Semana Santa. Es más, te propongo tocar con tus manos la carne del que se entregó por amor. Porque esa Palabra se hizo carne, y plantó su morada entre nosotros. La liturgia de estos días convoca todos los sentidos para escuchar, contemplar, sentir y palpar a ese Dios humanizado.

El Viernes Santo, todos somos invitados a acercarnos al Crucificado, a arrodillarnos para adorarlo y a besarlo, porque el que ora y adora, ama y se deja amar. Un Dios humilde y desarmado, tanto como el ser humano apenas concebido en el vientre de una mujer.

Un Dios así, como el niño por nacer, está bajo amenaza. Pero es el único Dios capaz de despertar la fe, de convencerme con su Verdad, de iluminar mi vida, también amenazada, con la luz de su Amor.

Creo en el Dios crucificado, humilde y desarmado.