La semana pasada terminé las cuatro temporadas de Merlí. Confieso que, hoy por hoy, todavía me encuentro haciendo duelo por los entrañables personajes que dieron vida a la exitosa serie catalana. Cuando un libro, una película o, como en este caso, una serie logra “encantarme” me pasa eso.
Confieso también que, a las puertas de la Semana Santa, me he acordado mucho del desfachatado Merlí.
Es verdad, su propuesta existencial encuentra en el “Ûbermensch” de Nietzsche su fuente inspiradora. El cuadro del filósofo alemán, del primero al último capítulo, es un hilo rojo que permite ver por dónde va la cosa. El marco también es muy decidor: la secularizada y fascinante Barcelona que, como toda gran ciudad, esconde muchas historias. Tan irrepetibles y únicas como lo son las personas que las viven.
Sí. Ahí está Nietzsche marcando el paso de la libertad, sobre todo la libertad sexual. (Pido perdón por la frase que sigue). Casi me animo a decir que, el “follar” todas las veces que se pueda y sin culpa, manifiesta muy claramente el ideal de vivir “más allá del bien y del mal”, dando por tierra con todos los valores aprendidos, pues nada es normal ni definitivo.
Pero, hay algo en la vida del apasionado Merlí que deja entrever que la pulsión dionisíaca del placer tiene otra fuerza que, en él es aún más honda y dominante: Merlí no puede no involucrarse con la vida, conflictos y dramas de los adolescentes a los que intenta sacudir de su indolencia, enseñándoles a pensar críticamente. Se lo dirá, casi desconsolado y en un momento de extraordinaria intensidad emocional y humana a Eugeni, el colega rival devenido amigo entrañable.
Es la pulsión del Buen Samaritano que no puede pasar de largo por las vidas rotas que, una tras otra, son como un producto de fábrica de la sociedad solitaria, despersonalizada y fría que vemos pasar en imágenes que se repiten en cada episodio, al promediar el tiempo de su duración. Incluso contra su propia voluntad – como aquel hijo de la parábola que primero dijo no, pero finalmente hizo lo que se le pedía- Merlí siempre termina haciéndose cargo. Y, muchas veces, paga las consecuencias.
Esa es la verdadera sabiduría de Merlí. La pulsión de Dionisio queda sobrepasada por la compasión de Cristo. La historia de Iván es, de lejos, la más decidora de todas. No digo nada más para no avanzar ningún «spoiler».
Comentario a parte merecería el capítulo en el que aflora la cuestión religiosa, admirablemente presentada en la confrontación entre el agnóstico y anticlerical Merlí y Oliver, gay y profundamente creyente.
Lo dejamos para otro día. Sigue el duelo y ese capítulo lo tengo que volver a ver.
¿Quién lo diría? Merlí (el samaritano, ese es el verdadero “super hombre”) me está ayudando a entrar en la Semana Santa.
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